BAJO
FUEGO
❍ Chutas
En el argot castrense el término designa a quienes
hacen parte del Batallón de Fusileros Paracaidistas (BFP), unidad de élite del
Ejército Mexicano.
Es un concepto derivado del vocablo inglés
“parachute”, o paracaídas en su traducción al español, que por vía de la
aplicación de un diminutivo es utilizado coloquialmente como “chutas”, el
concepto con que los propios militares llaman familiarmente a oficiales y
tropas que integran dicho batallón.
El BFP es una unidad de élite de larga data,
precedente del Grupo Aeromóvil de Fuerzas Especiales (GAFE) que, a partir del
2004, quedó integrado finalmente como Cuerpo de Fuerzas Especiales de México,
en el contexto del proceso de especialización que han experimentado las Fuerzas
Armadas de 1994 a la fecha.
Dividido entre tres batallones, los fusileros
paracaidistas tienen su sede original en el Campo Militar Número 1 de la ciudad
de México, aunque según trascendidos confiables en fechas recientes se han
instalado otras unidades aerotransportadas en distintos puntos del país.
La de los fusileros paracaidistas es una unidad con
un alto nivel de adiestramiento, destinada a operaciones de reacción inmediata
y alto impacto que pudieran aplicarse en diferentes entidades, principalmente
en el combate al narcotráfico o contra fenómenos de insurgencia.
Los efectivos del BFP tienen entrenamiento en protección
de personalidades, rescate de rehenes, operaciones de intervención de
instalaciones estratégicas, combate urbano, insurgencia y contrainsurgencia,
así como emboscada y contraemboscada, entre otras áreas del dominio militar.
Según fuentes especializadas en el tema, sus efectivos destacan por sus amplias
capacidades físicas, psicológicas y de combate.
De manera adicional esos batallones cuentan con una
Fuerza Especial (FE-BFP), además de su entrenamiento como Fuerza de Reacción
Inmediata (FRI), por lo cual es la primera instancia que interviene en casos de
desastre en los términos del Plan DN-III-E.
Es por eso que el secuestro y homicidio de dos
jóvenes chutas causó indignación y coraje entre mandos, oficiales y tropas
acantonadas en el estado de Guerrero, después de que se dio a conocer que ambos
soldados fueron levantados por delincuentes en las inmediaciones del Mercado
Central de Abasto del puerto de Acapulco, el pasado día sábado 29 de octubre.
Sus cuerpos fueron arrojados la madrugada del lunes 31 bajo el paso a desnivel
que cruza la avenida Cuauhtémoc.
Lo increíble del caso es que ambos jóvenes fueron
secuestrados por un nutrido grupo de malhechores a las 14:30 horas sobre la
avenida Constituyentes, a una cuadra escasa del citado Mercado Central, casi
frente a la oficina del Centro de Operaciones Especiales (COE), instalaciones
utilizadas por policías federales y militares como una estación de uso
frecuente, además de que casi en la contra esquina opera una base de la Policía
Preventiva Municipal (PPM).
Por si fuera poco, en ese punto de la avenida
Constituyentes -que conduce directamente hacia el zócalo porteño- transitan más
de 50 mil personas a diario que se dirigen o bien al Mercado Central o bien al
centro de la ciudad. En ese sentido ¿cómo fue posible que los jóvenes chutas
hayan sido secuestrados sin dejar rastro alguno?
Lo peor del caso es que sus cuerpos fueron
arrojados bajo el paso a desnivel, sobre la avenida Cuauhtémoc, apenas al lado
opuesto del mismo Mercado Central de Abasto, a escasas tres cuadras del lugar
del secuestro.
El atentado contra los soldados, que se produce a
escasas semanas de la embestida contra militares en Sinaloa -donde decenas de
pistoleros atacaron un convoy con fusiles Barret calibre 50 milímetros y
lanzagranadas, causando la muerte de cinco efectivos y varios heridos graves-,
fue interpretado por muchas personas como un nuevo desafío contra las Fuerzas
Armadas, que recién habían instalado una Base de Operaciones Mixtas
precisamente en las cercanías del Mercado Central.
En todo caso, el escalamiento de la violencia
criminal contra las Fuerzas Armadas tiene su antecedente en el año 2008, cuando
sendos ataques causaron 16 muertes en 48 horas los días 19 y 20 de diciembre de
ese año, entre ellos las de 8 soldados que aparecieron decapitados en una
concurrida avenida de la capital Chilpancingo.
El antecedente se produjo el viernes 19 cuando un
enfrentamiento a tiros entre militares y delincuentes terminó con tres
criminales ultimados en la ciudad de Teloloapan, puerta de entrada a la región
de Tierra Caliente.
El día sábado 20 de diciembre de ese año, 8
soldados fueron secuestrados al azar y sus cabezas arrojadas a la calle en una
bolsa de plástico, mientras sus cuerpos fueron encontrados a kilómetros.
También apareció decapitado un exjefe policiaco así como otros civiles, 16
personas en total.
De inmediato, el atentado -que en su momento
conmocionó a todo el estado de Guerrero- fue imputado al cártel Beltrán Leyva
por quien entonces fungía como secretario de la Defensa, general Guillermo
Galván, quien en una declaración oficial calificó el episodio como “una grave
ofensa contra las Fuerzas Armadas”.
A partir de esa fecha -diciembre de 2008- las
Fuerzas Armadas en su conjunto lanzaron una acometida puntual contra la
estructura criminal de los Beltrán, campaña que terminó cuando el capo Arturo
Beltrán Leyva murió en un operativo de la Armada de México, el 19 de diciembre
del año siguiente.
Hoy, con el lamentable episodio de los jóvenes chutas,
parece repetirse la historia.
[Usted acaba de leer un artículo de
opinión cuyo contenido refleja el punto de vista del autor.]
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