ESTRICTAMENTE
PERSONAL
❍ El fastidio del PRI con Peña
La LXI Legislatura del Congreso de la
Unión fue la del poder en la primera mitad del Gobierno del Presidente Enrique
Peña Nieto. Produjo 11 Secretarios de Estado, encabezados por Luis Videgaray,
ocho Gobernadores, 11 funcionarios de primer nivel, y dos líderes nacionales
del PRI. Esa misma maquinaria política, en el arranque del segundo medio del
gobierno peñista, está partida, reducida, enfrentada entre sí y, sobretodo, confrontada
con Peña Nieto. Ya no es una lucha soterrada. Es abierta y desafiante, donde
las señales son que el Presidente se ha convertido en un lastre al cual tienen
que arrancarle de sus manos la sucesión presidencial para evitar no sólo la
derrota en 2018, sino la posibilidad de que los arrastre al tercer lugar como
fuerza nacional. Si eso sucediera, se preguntan algunas figuras del partido,
¿sobreviviría el PRI?
Sesenta y dos integrantes de la LXI
Legislatura, casi una tercera parte de los priistas que salieron de ella, han
dicho a Peña Nieto que no pueden seguir apoyando el rumbo de su gobierno porque
el modelo está cada vez más lejos del electorado. El planteamiento presidencial
de que los beneficios de las reformas los verán los mexicanos después de su administración,
es cuestionado dentro del priismo. Quieren un cambio de modelo económico,
porque el seguido desde el gobierno de Miguel de la Madrid, argumentan, ha
producido 60 millones de pobres, y en lo político, el equipo de Peña Nieto,
cerrado y excluyente, provocó que la rigidez de un forma de gobierno vertical y
alejado del partido, destruyera las clientelas electorales.
Los legisladores han circulado una
carta abierta el líder del PRI, Enrique Ochoa, pero el destinatario real es el
Presidente Peña Nieto. Hasta ahora la han firmado públicamente 62, pero otros
más, entre los que se encuentran varias figuras del partido que estuvieron muy
cerca de Peña Nieto y ayudaron a construir su candidatura presidencial, están
en el umbral de hacer publico su apoyo y, con ello, tácitamente romper con su
amigo el Presidente. Lo ven herido política y electoralmente, donde para
salvarlo, paradójicamente, tienen que sacrificarlo. Es decir, la candidatura
presidencial del PRI, como lo están vislumbrando dentro de las estructuras
jerárquicas del partido que están en el campo opuesto de Ochoa, no podrá ser
una decisión unipersonal de Peña Nieto, sino procesada dentro del partido con
una contienda interna.
Hay ejemplos históricos de cómo
partidos hegemónicos desaparecieron por no haberse adecuado a la nueva realidad
que vivían en su momento. Uno fue la Unión de Centro Democrático, que encabezó
Adolfo Suárez durante la transición democrática española, que cuando terminaba
esa fase en 1981, el desgaste del presidente del gobierno lo llevó a renunciar,
con lo que su partido se sumió en una descomposición ante la ausencia de
liderazgo que lo llevó a perder las elecciones generales en 1982 ante el PSOE.
El otro caso es el de la Democracia Cristiana en Italia, un partido fundado en
1943 cuyo desgaste lo hizo perder el poder en los 80’s. Cuando lo recuperó, con
una sociedad en turbulencia social y política en los 90’s, la corrupción del
partido provocó, al igual que la Unión de Centro Democrático, su desaparición.
Dentro de los priistas, aún los más
opuestos a lo que ha hecho Peña Nieto, existe la convicción de que el PRI no
está en riesgo de desaparecer, pero sí de perder la Presidencia y caer hasta un
tercer nivel como fuerza política nacional, detrás del PAN y de Morena. Los movimientos
que se están gestando al interior del partido coincidieron en la carta de los
miembros de la LXI Legislatura, que busca imponer controles al poder
unipersonal del Presidente dentro del partido, y a impulsar procesos
incluyentes para definir la candidatura presidencial. La parte importante es
colocar el candado para que el candidato a la Presidencia o a una gubernatura,
tenga que haber ganado previamente una elección de mayoría relativa. En la
primera mano sucesoria de Peña Nieto, sólo el Secretario de Gobernación, Miguel
Ángel Osorio Chong, salvaría ese requisito.
El sentir de los priistas es que la
corrupción ha tenido un impacto directo en el electorado. El escándalo de la
casa blanca colocó a Peña Nieto en el punto más bajo del humor social desde que
se estudia esa variable, y lo metió en una espiral descendente irreversible en
su aprobación de gobierno. Las derrotas en Nuevo León, Chihuahua, Quintana Roo
y Veracruz, están asociadas a denuncias de corrupción de los gobernadores
priistas. En una fuga hacia delante, los ex legisladores propusieron una
reforma constitucional que permita enjuiciar al Presidente por corrupción y que
al establecerse como “causa grave”, exista el mecanismo legal para la
revocación de mandato.
Esta medida no tendría efecto sobre
Peña Nieto, quien tendría que avalar ese
cambio en los estatutos del PRI, a discutirse en la próxima Asamblea Nacional
prevista para noviembre, para alinear la acción presidencial con el discurso
del PRI. Dentro del sector beligerante del PRI, no han visto en Peña Nieto la
disposición para modificar su ruta, ni dentro del partido, ni hacia la nación.
Lo ven consciente de su deterioro, pero inamovible en su postura. El tiempo se
le acaba a los priistas, que están pensando en 2018, pero también al
Presidente. Lo que vendrá es la lucha abierta contra Peña Nieto, o un pacto
donde el Presidente, abra el proceso. En todo caso, bajo cualquier escenario,
quien aparece como perdedor, es Peña Nieto.
rrivapalacio@ejecentral.com.mx
twitter: @rivapa
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opinión cuyo contenido refleja el punto de vista del autor.]
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