¿Hay que creerle a López Obrador?
Por
Rosario Robles
En los últimos cinco años, AMLO se dedicó a
levantar una estructura paralela a los partidos de izquierda, ligada a él, a su
candidatura, a su nombre, a su condición de redentor.
AMLO ganó la encuesta. No hubo sorpresa. Desde
antes se sabía que sería el candidato de las izquierdas por su presencia en el
perredismo y porque, aun con todos los reflectores y el recurso invertido en
medios, Marcelo Ebrard no logró rebasarlo en población abierta. Este martes en
un ritual importante (después de la derrota costosísima en Michoacán), los dos
dieron muestras de unidad. Atrás se dejaron calificativos. Las insinuaciones de
uno por la pretensión del otro de aliarse con los “espurios” y las afirmaciones
y aparente ruptura del jefe de Gobierno que hasta llegó a decir que era mucho
mejor que su antecesor. Para Ebrard no había opción. La mayoría del sol azteca
no lo apoyaría en una fallida aventura. Pragmático como es, aceptó lo evidente
y se quedó con el Distrito Federal. Negociación nada despreciable si se
considera que hasta ahora parece el único bastión (y el más importante) que
puede conservar la izquierda y no sin problemas. Para una parte de la
intelectualidad (de ese círculo rojo que un día pide voto nulo y otro entona el
canto de las sirenas), Marcelo sería más competitivo frente a los adversarios
del PRI y del PAN. Es cierto que el jefe de Gobierno puede atraer un sector
ilustrado (por decirlo de alguna manera), pero de ninguna manera eso lo coloca
en mejor situación que López Obrador. Este último, hábil como es, sabe que la
disputa está en ganar a los de abajo, a la inmensa mayoría de los mexicanos que
hoy están inconformes con la falta de soluciones, con su situación desesperada,
con el agobio que da el no tener empleo ni ingresos suficientes y tampoco paz y
tranquilidad. López Obrador ha recorrido pacientemente el país como ningún otro
político en los últimos cinco años. Lo ha hecho una y otra vez sin tener que
rendir cuentas a nadie del origen y mucho menos del monto de los (seguramente
cuantiosos) dineros empleados en levantar una estructura paralela a las
franquicias que lo cobijarán como candidato. Se dedicó a aglutinar primero el
voto duro, el voto fiel, a organizar a sus seguidores incondicionales para
consolidar un aparato electoral que para nada pasará por las redes de las
dirigencias locales, cuyos resortes algunas veces no coinciden con los de López
Obrador. Una estructura ligada a él, a su candidatura, a su nombre, a su
condición de redentor de quienes no desean esperar a que el cielo sea el reino
de los pobres. Para eso tienen líder acá en la tierra.
AMLO sabe también que el gran problema del país
es la desigualdad. Su discurso está destinado a tocar esas fibras. Su
adversario fundamental, más que el PRI, será el mexiquense que hoy le lleva más
de 20 puntos en las encuestas. Conoce el país y está consciente de que es
fundamental arrebatarle la base popular que, por cierto, ya votó por la
izquierda en el 2006 ante la caída del candidato tricolor y que se ubica en lo
fundamental en el centro, el sur y el sureste del país. Pero también está claro
de que es imprescindible dejar atrás su condición de rijoso, de peleonero, de
confrontador. De ahí el discurso de la reconciliación, del amor. Esta propuesta
ha tenido éxito en otras latitudes porque frente a la violencia de toda índole
la gente quiere convivencia pacífica. Pero en López Obrador puede ser simple
maquillaje. Una estrategia que todavía carece de sustento, de contenido. Porque
no hay cambios verdaderos en su programa. Porque en algunos aspectos su
discurso sigue siendo añejo, carente de una perspectiva de derechos de nueva
generación, de propuestas libertarias. Porque él mismo no es capaz de reconocer
sus errores. De asumir que repudiar la venganza significa aceptar que se
equivocó al perseguir sin cuartel a quienes se atrevieron a desafiarlo. Se
necesita mucho más que amor y paz. Por lo pronto, ya sacó el cobre. Ahí está su
pretensión de simular una competencia con juanitos ex profeso y con su declaración
(muy gráfica por cierto) de que si se le hubiera reconocido el triunfo en 2006,
en lugar de Lula y Brasil, en el mundo se estaría hablando de México… y de él.
Qué tal.
Ser… o neceser
Bravo por José Narro y sus palabras: “Nadie
impedirá a esta institución decir su verdad”. Ésa es la esencia, el espíritu de
la Universidad Nacional.
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