Los subversivos y contestatarios camiones de
Acapulco
Por Ian
Solís / Opinión
Uno estando de vacaciones en Acapulco,
influenciado por múltiples videos difundiendo lo excéntricos que son, o por
economizar recursos y no desfalcarse en taxis para recorrer la Costera, puede
verse en disposición de abordar al maleducado. Término empleado por los mismos
conductores para describir y resignificar de forma precisa a este transporte,
ajenado por completo de la norma, con una identidad que se vislumbra desde sus
estrafalarios colores, el fragor de un claxon que inhibe el pasar
desapercibido, mientras que en su interior termina por detonar toda su mala
educación. Esta desavenencia en el estándar imperante en el resto del
transporte público se viste de neón por las noches, se ornamenta con Looney
tunes motociclistas, Bob Esponja cholo, alguna Pantera rosa mafiosa, o ninfas
que no responden a Fiésole, sino al Puerto de Acapulco. Una propuesta artística
que históricamente se ha dividido en opiniones.
Han existido innumerables propuestas por
intentar sustituirles por unidades de una estética más neutra, utilizadas
generalmente dentro del gremio del transporte colectivo urbano, apelando en
gran medida a la de limpieza de las loderas, cofres, cabinas, y apostando por
lo minimalista, lo sobrio y lo solemne, en una búsqueda de matar a su esencia y
maquillar este sepelio de una supuesta formalidad en el transporte, porque
nunca falta el incauto que sea fuera o dentro de estas unidades, despotrica a
forma de broma, jugando cándidamente con la ironía, en esta afamada letanía de
imaginarte en Suiza y perderte de este folklore, o el otro, un tanto más adepto
de retóricas coloniales y elitistas, con equiparaciones burdas entre sus
Routemaste y nuestros Base-Caleta. Siendo estos primeros los que exudan clase,
prestigio y renombre, mientras acá nos tenemos que conformar con la experiencia
de subirte al camión y enfrentarte a las esperpénticas parodias de personajes
de la cultura pop, música pedestre, rótulos con nombres de mujeres, luces
bermejas y aforismos como “Muñeco de todas, juguete de nadie”.
Porque claro, condenar a la imitación nuestro
endémico medio de transporte y alinearlo a un modelo europeo sería óptimo para
reflejar ante el turismo una mejor imagen de nuestra cultura, para vendernos
como una sociedad de etiqueta y de valores hegemónicos, matando, igualmente, a
la búsqueda identitaria a la que se ven supeditados los conductores a través
del arte, como cualquier adepto de este avatar tan sublime.
Cuestión de la que poco se habla, por ser la
visión artística del timonel del escandaloso,cayendo en la trivialidad de creer
que los únicos que tienen injerencia en el arte nada más son los que cargan
boina y facturan bajo licencia INBAL. Si el sesgo elitista no permite ver en
los camioneros a los agentes con injerencia y aportaciones a esta disciplina
que realmente son, es un completo honor dignificar su búsqueda y todas las
interrogantes que intentan plasmar en ideas que solo ellos y el artista al que
acuden pueden descifrar, configurando así una comunión más que mecenazgo.
Porque todo el ornamento de su maquinaria
minuciosamente aerografiada revelan la visión artística de los conductores, que
emerge en gran medida desde una expresión humana concebida lejos del canon.
Debe decirse entonces, con todas sus letras, que los camioneros, con sus
peculiares ilustraciones, poseen una concepción artística ligada a su esencia;
las comunidades históricamente despojadas, de ahí que sus imágenes reflejen una
voz auténtica y una perspectiva cultural única, que desafían la homogeneidad
impuesta por las narrativas dominantes.
De modo que, cuando abordas en Hornos a la
furia nocturna y observas en el toldo a una Harley Quinn con playera del
América, no estás -en el estricto sentido de la palabra- viendo una ilustración
de la que en su momento el artista pretendió replicar la imagen acústica que
remite una Harley Quinn, y con un portentoso realismo fotográfico imitarla.
Contrario a esto, lo que realmente contemplas, es el proceso en que esta Harley
Quinn cruza por una reinterpretación que tiene de la misma el conductor, que le
hace saber a su mecenado y que este, con oficio pulcro de escultor, logra
precisar con cabalidad los designios del conductor, obteniendo como resultado
una recreación impregnada de la conciencia artística que esta mancuerna
sostiene, con elementos irónicos, ilógicos o surrealistas que cuestionan la
realidad establecida. Esto, desde una postura decolonial, es fundamental; el
buscar reimaginar las narrativas impuestas, abriendo espacio para nuevas formas
de entender y representar el mundo. Al desafiar las convenciones y
expectativas, estas imágenes provocan una reflexión profunda sobre la
naturaleza del arte y su función en la sociedad. Nociones desestimadas por completo
cuando allá fuera se discierne entre lo estéticamente bello y lo burdo,
partiendo desde concepciones eurocentristas, elitistas y aporofóbicas.
Si cultivamos la reminiscencia para eludir el
olvido y retrocedemos al año 2016, considerando esta fecha como el cisma que
redujo decenas de unidades para hacer espacio al Acabús, advertiremos que el
principal argumento para el retiro de dichos autobuses era la absoluta falta de
mantenimiento, lo que provocaba siniestros viales e impedía proporcionar un
servicio adecuado para asegurar el desplazamiento del usuario. Esta situación
se aspiraba a enmendar con la llegada de este nuevo sistema integral de
transporte, cuya inversión, según datos estatales, se aproxima a mil
ochocientos millones de pesos. El mismo portal oficial de transparencia revela
que toda esta suma se distribuyó en la mejora de la infraestructura vial con
kilómetros de concreto hidráulico, paradores, adecuación de rutas, adquisición
de equipos de transporte e instalación de sistemas de cobro con tarjeta
electrónica. Una propuesta encomiable en su lectura, aunque la realidad presente
se aleje de esta descripción, ya que desea y se inquiere al usuario sobre la
eficiencia de este servicio, probablemente se encontrará con estas expresiones
tan autóctonas y de total uso del sarcasmo al decir: “ya mero”, “vale que sí”.
No será jamás una solución deshacerse de un
sistema arraigado a su comunidad para darle completa entrada a nuevas unidades;
eso caería en un grotesco error. La sustitución de los mamalones por nuevos
modelos sin prestarse a una reflexión profunda sobre el valor histórico y
cultural de los primeros puede ser cuestionada fácilmente desde la perspectiva
de la obsolescencia programada y su impacto en la sociedad. Porque subirte al
caprichoso con temática de Mortal Kombat y música de antro no es que solo
represente un medio de transporte para el puerto y sus allegados, sino que
también es capaz de encapsular historias y tradiciones.
Para muchos turistas forman parte de
innumerables viajes, y para Acapulco forma parte de su paisaje urbano, no se
puede desestimar su valía a través de argumentos escuetos como que son feos o
viejos, cuando estos son inherentes a su escena cultural, además de jugar un
papel fundamental en la cotidianidad del acapulqueño. Su mera sustitución por
nuevas unidades, que de entrada el gobierno del estado ha permitido constatar
que son ineficientes, daría como resultado una pérdida cultural que no se
repara con la innovación y las unidades con aire acondicionado.
Es innegable que estos autobuses, cuentan con
deficiencias en cuanto a su mantenimiento y resultan propensos a producir
siniestros viales, pero su valor trasciende su funcionalidad inmediata.
Representan un constante vínculo con el pasado, una continuidad histórica que contribuye
en gran medida a construir la identidad colectiva del puerto. La consideración
de reemplazarlos no tendría por qué juzgarse por la eficiencia y seguridad,
porque la preservación de este legado tendría que venir acompañada de la
campaña permanente de restauración y adaptación a las nuevas exigencias de
seguridad, para salvaguardar la integridad física y moral del usuario. Así se
matarían dos pájaros de un tiro, como dicen en mi pueblo, ya que no solo se
conservaría su valor histórico, sino que también respetaría de forma sostenible
al medio ambiente. Ya que suena absurdo asumir que para eliminar la emisión de
agentes contaminantes que emanan de los camiones viejos se tengan que fabricar
y adquirir más camiones, pero nuevos.
Hay que desafiar la noción de que la modernidad debe implicar el descarte de lo viejo. Estos lienzos andantes deben ser vistos no como meros vehículos obsoletos, sino como piezas valiosas de la historia urbana que merecen ser apreciadas y preservadas. Porque al deshacerse de este emblema para darle entrada a más unidades, como pasó con el Acabús en su momento, y que no deja de ser tema de queja pública por la ineficiencia del sistema, ¿qué se solucionaría entonces en cuanto a la red del sistema de transporte en Acapulco? ¿Qué ofrecerían al usuario además de ahora verse en necesidad de adquirir una tarjeta? ¿Qué harían con los camioneros? además de arrebatarles sus camiones, su hogar. Aura mística donde resignifican y reivindican el espacio público como un lugar de expresión y resistencia cultural. Arcadia suya donde ejercen la práctica de reclamación y empoderamiento que subraya la importancia de la representación diversa y la inclusión en el arte. Camiones con iconografía distintiva, estos artistas transforman sus vehículos en lienzos móviles que circulan por las carreteras, llevando su mensaje a una audiencia amplia y diversa. Que mientras existan, seguirá habiendo, en los doce kilómetros de los que consta la Costera Miguel Alemán; arte, subversión y resistencia.
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