►El número de contagios está aumentando más rápido que nunca, pero muchos
países han decidido que este es el momento para aliviar las restricciones
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Por Staff de Redacción
ACAPULCO, Gro. 11/Junio/2020.- Hace dos
meses, cuando había aproximadamente un millón de casos de coronavirus
confirmados y las políticas primordiales de supervivencia arrasaban con el
mundo, los cierres estaban a la orden del día.
Esta semana, la cantidad de casos se disparó
hasta superar los siete millones, con 136.000 infecciones nuevas detectadas tan
solo el domingo, la cifra total más elevada que se ha visto en un solo día
desde el inicio de la pandemia.
¿Cuál es la orden del día? La reapertura.
Aterrados, después de ver cómo las economías
que construyeron a lo largo de varias décadas sucumbían en cuestión de semanas,
los países parecen estar diciendo: Ya es suficiente.
Para los funcionarios de salud que han estado
viendo el virus alarmados desde que comenzó a afianzarse en un continente tras
otro, este es un momento que les produce vértigo.
“No es tiempo de que ningún país quite el pie
del pedal”, advirtió Tedros Adhanom Ghebreyesus, director general de la
Organización Mundial de la Salud, en una conferencia de prensa en Ginebra, esta
semana. Afirmó que la crisis está “muy lejos de llegar a su fin”.
Aunque quizá los índices de contagio han
disminuido en las ciudades más afectadas de Estados Unidos y Europa, el virus
sigue estando profundamente intrincado en el tejido del mundo. De hecho, el
pico mundial de la infección aún podría estar a meses de distancia.
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Ante la falta de una vacuna o siquiera
tratamientos efectivos, hasta la fecha, la única estrategia de eficacia
comprobada en contra del coronavirus consiste en limitar el contacto humano.
Las ciudades de todo el mundo han hecho precisamente eso y han cosechado los
beneficios, ya que los contagios se redujeron y entonces comenzaron a relajar
las restricciones de movimiento con cautela.
No obstante, no es tan sencillo. Los
funcionarios de salud aseguran que, a largo plazo, a medida que los brotes
fluctúen, podría ser necesario que haya un periodo de cierres y aperturas
constantes, lo cual podría implicar una tarea de convencimiento mucho más difícil.
En medio de un sufrimiento económico
incomparable con nada que haya sucedido en varias generaciones, es posible que
simplemente no exista la misma voluntad política, o incluso el mismo deseo de
cerrar todo de nuevo. Aunque en gran medida la población obedeció las
restricciones (que, de cualquier manera, a menudo no fueron verdaderamente
obligatorias a gran escala), sigue pendiente ver si los ciudadanos serán igual
de complacientes en una segunda vuelta.
El virus en sí mismo es en definitiva todo menos
complaciente. Ahora mismo se propaga exponencialmente en zonas de países en
desarrollo donde los frágiles sistemas de salud podrían verse sobrepasados muy
pronto si las cifras siguen aumentando.
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El martes, el principal experto en
enfermedades infecciosas de Estados Unidos, Anthony Fauci, hizo una declaración
desalentadora (describió al COVID-19 como su “peor pesadilla”) y lanzó una
advertencia. “En un periodo de cuatro meses, ha devastado a todo el mundo”,
dijo Fauci. “Y aún no termina”.
De los 136.000 casos nuevos reportados el
domingo, tres cuartas partes de ellos se presentaron en solo diez países, en su
mayoría en el continente americano y el sur de Asia. Entre ellos se encuentran,
India, Brasil, México y Sudáfrica.
La Organización Panamericana de la Salud
planteó un panorama funesto para Latinoamérica y el Caribe. La crisis, afirmó
la directora de la organización, Carissa F. Etienne, “ha llevado a nuestra
región al límite”.
Se está propagando con rapidez en algunos
países gobernados por dirigentes que están acostumbrados a omitir información
para delimitar el discurso público.
En Rusia, Moscú suspendió sus órdenes de
confinamiento esta semana incluso cuando la cifra de contagios identificados
seguía aumentando de manera constante.
En Brasil, el gobierno del presidente Jair
Bolsonaro abordó el problema de otro modo: dejó de reportar la cifra acumulada
de contagios, antes de que el Supremo Tribunal Federal le ordenara hacerlo de
nuevo.
En México, el gobierno no está reportando
cientos, quizá miles, de muertes en la Ciudad de México. Ha desestimado a
funcionarios preocupados que han calculado una cifra tres veces mayor de
fallecimientos en la capital que las que el gobierno reconoce, de acuerdo con
funcionarios e información confidencial.
El presidente de México, Andrés Manuel López
Obrador, ha batallado para equilibrar una respuesta al coronavirus con las
necesidades económicas de un país en el que más de la mitad de la población
vive al día, trabaja en la informalidad y no tiene una red de seguridad.
Ahora, México comienza su ajetreo de nuevo a
medida que el país reactiva sus actividades gradualmente.
Incluso algunos países que combatieron el
virus de frente están perdiendo terreno. Entre ellos se encuentra India.
“Estará totalmente prohibido salir de sus
hogares”, les dijo a sus ciudadanos el primer ministro Narendra Modi, el 24 de
marzo. “Se cerrarán todos los estados, los distritos, las carreteras y los
pueblos”.
Su ambición fue asombrosa. India es un país
de 1300 millones de habitantes, y cientos de millones de sus ciudadanos no
tienen hogar, además de que hay incontables millones de personas que viven en
zonas urbanas abarrotadas, con instalaciones sanitarias e instituciones de
salud pública deficientes.
A pesar de la rapidez de las medidas
adoptadas, el país se enfrenta ahora a un aumento pronunciado de contagios.
En tan solo 24 horas, India reportó 10.000
casos nuevos, lo que suma un total de al menos 266.500, superando a España y
convirtiéndose en uno de los cinco países con mayor número de casos. Los
expertos en salud pública advierten que habrá una inminente escasez de camas de
hospital y médicos.
No obstante, esta semana, los indios pueden
volver a cenar fuera, salir de compras y orar en lugares religiosos.
Manish Sisodia, un funcionario del gobierno
de Nueva Delhi, advirtió que es probable que la capital presente 500.000 casos
de coronavirus a finales de julio, de acuerdo con el índice actual de
infección.
Rajnish Sinha, propietario de una empresa de
organización de eventos en Delhi, tardó ocho horas en conseguirle a su suegro
de 75 años una camilla de un hospital misionero. El martes dio positivo a una
prueba de coronavirus.
“Esto es sólo el comienzo del desastre que se
avecina”, aseguró Sinha. Dijo: “Solo Dios puede salvarnos”.
En Latinoamérica, los casos están aumentando,
tanto en los países que adoptaron medidas de aislamiento prematuro, como Perú y
Bolivia, como en los que hicieron caso omiso de muchas recomendaciones
públicas, como Brasil y Nicaragua.
Los gobiernos, obligados a elegir entre ver a
los ciudadanos morir a causa del virus o de hambre, están relajando los
bloqueos.
Parece claro que el manual para frenar la
propagación del virus que se utiliza en Europa occidental y en Estados Unidos
tal vez no funciona en todas partes. Las sociedades con economías informales
simplemente no pueden imponer cierres sin correr el riesgo de un colapso
social.
No obstante, ni siquiera los países que han
progresado después de haber sido afectados gravemente por la primera ola del
virus están fuera de peligro en absoluto. Las normas de distanciamiento social
en muchos lugares (y su cumplimiento) siguen siendo aleatorias y poco
compatibles con el más básico de los deseos humanos: relacionarse.
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