Entresemana
•Reporteros
[ Por Moisés Sánchez Limón ]
Imposible sustraerse al tema del día: la
muerte de Jacobo, un reportero que más allá del nivel de sus galardones y su
transitar contrastante y debatible por los medios de comunicación que lo
encumbraron y las paradojas que fueron su sombra y sus fantasmas, fue eso: un
reportero.
Calificado de sello oficialista en tiempos
del poder imperial presidencial, en ese México del partido único, al de crítico
del sistema del México del nuevo milenio, incluso complaciente con
fundamentalistas de la izquierda mexicana cuando el nadir de su vida se
avistaba.
Perro no come perro era la máxima entre
reporteros en los días cuya imagen y voz, la de Jacobo, dictaba línea que las
más de las veces partía de Los Pinos y, transmitida en blanco y negro, se
encaramaba por encima de las ocho columnas de los diarios de mayor circulación
que daban hospedaje a las plumas de críticos perseguidos y silenciados o
acotados por las mieles de los cheques y prebendas.
Y perro no comía perro porque cada cual
respetaba a su cada cual; respeto entre reporteros pares, aunque los había que
veían por encima del hombro a las nuevas generaciones que hoy son las de viejo
anclaje en los medios de la comunicación, los más desempleados y olvidados que
rumian antiguos éxitos.
Pero Jacobo fue un reportero en esencia como
el más modesto de los colegas. Colega y amigo de sus amigos, respetuoso del
pensamiento distinto al suyo, maestro de reporteros de la televisión, ejemplo
de quienes abrevaron en sus espacios informativos.
Jacobo como miembro de ese cartel de
reporteros y opinadores influyentes de esos antieres que en los viajes
presidenciales al extranjero eran necesarios y nadie cuestionaba, aunque sus
malquerientes, los que les envidiaban el status criticaban con severidad y
hasta el extremo del vituperio.
Y disculpe usted que hoy dedique este espacio
para hablar de los reporteros, porque la ocasión lo requiere. Porque hoy los
titulares aluden y ensalzan a la figura y trayectoria de Jacobo Zabludovsky
como en enero lo hicieron con Julio Scherer, pero sumo a este tercio el nombre
de Gustavo del Castillo Negrete que se adelantó a principios de junio pasado.
De Gustavo hablamos quienes lo conocimos
porque fue parte de esta familia de reporteros, respetable y reconocido colega
que no tuvo los vítores ni las planas y tiempos estelares en los medios de
comunicación para recordar su trayectoria simple y llanamente porque no los
necesitó si en vida le habíamos rendido homenaje y gratitud porque fue un gran
ser humano y reportero.
No, no hay reporteros de primera y de segunda
y Jacobo privilegiaba el genérico reportero, como valoraba la amistad y se
abstenía de privilegiar la nota por encima de la amistad y el respeto al par,
al reportero, es decir, respetaba la máxima de perro no come perro, que hoy es
frase pervertida porque, olvidada la vocación que nos hace reporteros, quienes
asumen que lo son mas no lo sienten y son aves rapaces, fantasmas que esperan a
caída del colega para usarlo como peldaño en el ascenso a un paraíso que es
espejismo nunca infinito.
Cuando los reporteros hablamos de reporteros,
es como hablar en familia, entre pares, entre quienes sólo sabemos qué pasa
entre nosotros porque somos especímenes que el lector, el radioescucha y el
televidente no conocen fuera de la firma y la nota, de la crónica y el
reportaje o la columna de análisis.
Y de entre este ejército de comunicadores,
hoy de necesaria graduación universitaria cuando las raíces fueron de sustancia
empírica, hay quienes mueren pobres y abandonados, desempleados y ninguneados
en las empresas que se nutren de jóvenes a quienes la impronta informativa y la
competencia por lectores los convierte en “reporteros kleenex”, es decir, de
usar y desechar.
Dicen que los malos salarios asumen el factor
que desincentiva a la vocación de reporteros y tienen razón. Pero igual en
ausencia de solidaridad de clase, los reporteros que salen en busca del
estrellato, efímero porque no llegan a cuajar como expertos en materias
sustanciales, se niegan el futuro. Los hay mediocres que llamarán mediocre al
que triunfa piano piano, porque no reconocen el triunfo ajeno. El seso lo
tienen lleno de rencores y son los que dañan al gremio, a los reporteros de
vocación.
Y, así, no hay más Jacobos ni julios ni
gustavos, o estos reporteros que ha unos ayeres, cuando no había teléfonos
celulares ni lap top sosteníamos una constructiva competencia por ser mejores y
no había reporteros de primera y segunda, pero sí ejemplos de combate en el
terreno de la reporteada. Ni buenos ni malos, ni oficialistas ni críticos a
ultranza, cada quien en su nicho, en sus espacios, en sus necesidades de
reportero. Me niego a comer perro. Conste.
VIERNES. Así pasa el tiempo y se escribe
la historia de un México que otea escenarios inéditos. Por ejemplo, el Instituto
Electoral del Estado de Colima (IEEC) tomó una decisión histórica en materia de
paridad de género. Para completar la integración de la nueva Legislatura, llevó
a cabo la asignación de las 9 diputaciones plurinominales que por ley tiene que
decidir de entre las listas de candidatos a tales puestos presentadas por los
partidos políticos.
Así, en atención a un principio de paridad de
género horizontal que tomara en cuenta el equilibrio entre hombres y mujeres en
la composición final de la Legislatura, el IEEC decidió asignar de las 9
diputaciones plurinominales en juego, 7 a mujeres y 2 a hombres, para dejar un
Congreso de 12 mujeres y 13 hombres.
El IEEC sustentó su resolución en una
interpretación garantista de la Constitución Federal y movió las listas plurinominales
de los partidos para darles preferencia a las mujeres que iban originalmente en
segunda posición.
Los partidos políticos que “perdieron” a sus
diputados hombres y cuyos lugares ahora serán ocupados por mujeres se
encuentran en la disyuntiva de impugnar la decisión o ser congruentes con el
discurso político de garantizar en todos los espacios de la vida pública la
participación de las mujeres en condiciones de igualdad. Digo.
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