DE FRENTE
Octaviano
Santiago Dionisio
Por
Miguel Ángel Mata
Me sorprendí al verlo. Caminó hacia arriba,
por las escaleras de Prepa Dos. Yo ya trabajaba en el periódico Trópico y lancé
la pregunta del reportero novato que aun no concluye la preparatoria: ¿Qué hace
aquí? —¿Qué crees? — me respondió— pues acabo de salir de la cárcel. Era
Octaviano Santiago, a quien luego conocí en múltiples facetas. Él siempre al
lado de la izquierda. Yo como reportero. La última vez que me eché una fría con
él fue en el bar Chico. Benito aun vivía. Él estaba sentado a la barra y el
gallego no le quería servir ni un vaso con agua. Me preguntó, con ese tono de
los cantineros españoles: “… eh Mata y éste ¿quién es? Ya me aplicó el 33 más
de tres veces y me ha dicho que ahí la trae…”.--- “No trae nada, Benito”, respondí.
“Y Éste tiene nombre. Se llama Octaviano Santiago Dionisio”, agregué ya con la
chela en la mano. Y ¡zas! Que el gallego nos invita una, dos y hasta seis
rondas. Hasta que luego llegaron Abel San Román, Carlos Inoriza, Raúl Pérez y,
cosas de la vida, un detalle que mostró la tolerancia de Octaviano, se quedó
con nosotros Chuchín Herrera. Éste jueves leí en las redes sociales de su
muerte. No pude sino dar valor a un hombre de principios que siempre vivió como
pensó: sin lujos. Alguna vez comentamos la frase que lleva un cuadro con la
imagen de Zapata que cargo conmigo desde la época de la Prepa Dos. Dice así:
“El lujo corrompe a los hombres y los distancia del pueblo. Zapata”. Octaviano
jamás vivió en el lujo. Jamás se corrompió. Él vivió en el tiempo de la
intolerancia, el partido de estado, la antidemocracia y lo que muchos han
olvidado pues no lo vivieron. Su lucha nos ha dejado un país con más libertades
y una democracia que, aunque imperfecta, no deja de ser democracia. Él puso un
ápice pero, a final de cuentas, un ápice que hizo una gran diferencia. Por él y
como recuerdo de lo que no debe volver a suceder en éste ajado país, dejó en
seguida el testimonio de Octaviano, de cuando fue preso político y perseguido.
Ahí va como reconocimiento a un hombre congruente y, otra vez, como recuerdo de
lo que no debemos permitir se repita en nuestro querido país. TESTIMONIO DE
TORTURA OCTAVIANO SANTIAGO DIONICIO "En febrero de 1976, el procurador
Carlos Ulises Acosta Viques me acusó de hacer propaganda y reuniones en la que
se atacaba al gobernador Rubén Figueroa, por lo que a punto estuvo de revocar,
en mi perjuicio, el beneficio de la preliberación. Posteriormente, Jesús
Heriberto Noriega Cantú, uno de los llamados guerrilleros `arrepentidos`, jefe
de los policías políticos al servicio del gobierno estatal y actual director
del DIF-Guerrero, me acusó de que yo lo había invitado a la comisión de actos
delictivos desde que éramos compañeros en la universidad, motivo por el cual
fue girada una orden de reaprehensión en mi contra”. "El 30 de septiembre
de ese año fui detenido en Querétaro y luego trasladado a la ciudad de México,
donde me encerraron en una celda de un edificio. Durante casi dos meses fui
objeto de torturas físicas y psicológicas”. "12 de octubre: nuevamente me
sacan de la celda, se me desnuda y comienzan a patearme hasta ser derribado, se
me baña con agua helada y se da inicio al martirio de los toques eléctricos en
diversas partes del cuerpo, pero fundamentalmente en los testículos. Se me
cuelga con vendas dobles de las manos mientras que otras vendas me son colgadas
en los pies. A punto de perder el conocimiento y en esta posición de `colgado`,
los torturadores deciden suspender su faena no sin antes obligarme a ingerir
cuartos de tequila como método de reanimación”. "13 de octubre: la tortura
comienza informándoseme que mi madre y dos hermanas mías se encontraban
detenidas y que las tenían en ese mismo lugar para que, en caso de no confesar
mis actividades guerrilleras, serían torturadas y violadas en mi presencia. Al
no aceptar los delitos que ellos me fabricaban, me sumergieron en agua hasta el
punto de la asfixia, hicieron simulacros de violación a mi persona, me
aplicaron con más virulencia los toques eléctricos, me quebraron palos en la
cabeza y, al final, me exprimieron limones sobre mis testículos que para
entonces estaban en un alto y peligroso grado de infección”. "25, 16 y 17
de octubre: se me levanta a las cinco de la mañana y se me baña con agua
helada, los toques eléctricos en las partes nobles los siento cada vez más
desgarradores. Se me tapa la boca con trapos para ahogar los gritos y quejidos
que la tortura provoca, se me golpea con grandes y anchas tablas mojadas en
todo el cuerpo. Hacen un simulacro de castración, se me oprimen los testículos
ya infectados y en los momentos de desfallecimiento me hacen tomar otra vez
cuartos de tequila..." Santiago Dionicio fue trasladado el 8 de noviembre
de 1976 a una cárcel clandestina de Acapulco, a unos metros de la oficina del
entonces teniente coronel Acosta Chaparro, jefe de la policía. Ahí se enteró
que habían estado otros ex guerrilleros, entre ellos Aída Ramales Patiño
"Nidia", Pablo Santana López "Óscar", Fredy Radilla Silva
"Jorge", Eusebio Peñaloza Silva "El abuelo" y Concepción
Jiménez Rendón "La gorda", desaparecidos desde entonces. Cuatro días
después de que rindió su verdadera declaración, en la que negó ser el autor de
la muerte de Obdulio Ceballos Suárez otro ex guerrillero convertido en policía
del gobierno, el procurador Acosta Viques dijo de él: "No cumplió el compromiso
que acordamos, ahora entonces, sabrá lo que le espera...".
Hasta aquí el testimonio. Honor a quien
honor merece. Hasta luego camarada.
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