Fuente: Reuters
TOKIO.- Kazuko Yamashita tenía cinco años cuando explotó la bomba atómica en Nagasaki, destruyendo su casa en un segundo y dejándola con un miedo perpetuo de que cada vez que se enferma, esta vez sí será un cáncer.
Ahora, 66 años después, espera pacientemente el desarrollo de la crisis nuclear en Japón en lo de su hija, una casa de dos pisos que también comparte con sus dos nietas, que juegan en un sofá a su lado. Viste un sweater rosa oscuro y lleva el pelo teñido con un prolijo corte.TOKIO.- Kazuko Yamashita tenía cinco años cuando explotó la bomba atómica en Nagasaki, destruyendo su casa en un segundo y dejándola con un miedo perpetuo de que cada vez que se enferma, esta vez sí será un cáncer.
"Puedo ser un poco insensible sobre esto debido a que yo estuve realmente muy expuesta a la radiación, pero no creo que eso es algo por lo que haya que asustarse", dijo a Reuters.
"La gente parece ser demasiado sensible, aunque eso no es algo que tenga que decir yo, y la exposición a una radiación intensa es cosa seria. Pero yo estuve a 3,6 kilómetros de la bomba y (ahora) evacuaron hasta 20 kilómetros (alrededor de la planta nuclear afectada). Sinceramente no entiendo este tipo de sentimiento", enfatizó.
Casi una semana después de que el masivo sismo y posterior tsunami desataran una crisis en la planta nuclear Fukushima Daiichi, a 240 kilómetros al norte de Tokio, muchos extranjeros y turistas han huido del país. Los temores por apagones y la radiación se han apoderado de la ciudad.
Yamashita dice que no se está tomando la situación livianamente, a pesar de que lamenta la cobertura contradictoria y excesivamente alarmista de los medios.
"No puedo decir que no estoy preocupada, pero tampoco puedo decir que estoy tan nerviosa", sostuvo. "Lo que realmente me preocupa son mis nietas. Aún son muy jóvenes", agregó.
Yamashita padece diabetes, problemas de tiroides y osteoporosis, todas condiciones que atribuye a la bomba atómica que cayó en su ciudad natal al final de la Segunda Guerra Mundial.
"Los resultados de la radiación sólo se ven con el correr de los años, así que en ese sentido es muy aterrador", aseveró.
En ese día caluroso de 1945, Yamashita quedó protegida por un pesado acolchado que le tiraron para cubrirla cuando explotó la bomba.
"No vi nada, pero el ruido fue increíble, el sonido de los vidrios volando, y tantas otras cosas. Luego cuando me paré unos minutos después, todo había cambiado. De la casa no quedaba nada, sólo los pilares y el mundo a nuestro alrededor era rojo", recordó.
"Ahora todos arman tanto alboroto por los reactores en Fukushima. Pero no se parece en nada a aquello", añadió.
Quizás por la influencia de su madre, su hija, Shigeko Hara, es también bastante estoica, a pesar de que también sufre un desorden de la tiroides típico de los hijos de sobrevivientes a la bomba atómica.
"¿Cuán seguro es realmente? Eso depende del viento y de lo que ocurre, y como tengo hijos da bastante miedo", dijo la mujer de 39 años, vestida con un sweater negro y unos elegantes pantalones mientras toma un té verde en el living de su casa.
Como muchos residentes de Tokio, tiene una mochila a mano para desastres, llena de guantes, medias, calzado como para caminar sobre vidrio, al igual que aspirinas y bandas adhesivas.
La familia está limitando su uso de electricidad todo lo posible, cumpliendo con los pedidos oficiales de conservar la energía, tiritando de frío por la noche bajo el abrigo de ropa extra en un frío inusual para la época.
Aun así, ambas dicen que sus problemas son mínimos en comparación con los que atraviesan las áreas afectadas por el tsunami.
"Llamé a una amiga de la infancia que vive cerca del reactor y le dije 'pasamos algo mucho peor que esto en el pasado'", dijo Yamashita.
"Los japoneses son fuertes y buenos para resistir", concluyó.
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