PLAN
B
❍ Contra la frustración
Si me viera forzada a utilizar una sola palabra para definir el ambiente
cuando hablamos de política, corrupción en impunidad, sin duda el vocablo
elegido sería frustración. En redes sociales, medios y redes, manifestaciones,
reuniones de activistas, artistas, colectivos ciudadanos, reuniones familiares
y cantinas, indefectiblemente alguien dice que vamos en camino a la
irremediable perdición.
Sabemos que las estructuras de poder, tal como las conocemos, no
funcionan. Que los políticos y sus empresas denominadas partidos, representan
los intereses de una forma de liderazgo vertical desgastado, inoperante,
destructivo, egoísta y violento: ese liderazgo patriarcal, conservador
narcisista, al que juegan y perpetúan hombres y mujeres por igual, no importa
si de izquierda, demócratas, conservadores, liberales, progres o anarquistas.
Cuántas veces escuchamos la frase “ya no quiero leer ni escuchar las
noticias, me enferman”. Lo que nos enferma no es conocer la verdad, sino
documentar y procesar intelectual y emocionalmente las historias de impunidad
anunciada. No importa el grado educativo y cultural de quien lo dice: si ya
sabíamos que_______ (aquí ponga el nombre del mafio-político de su propio
estado o comunidad), había cometido todos estos ilícitos y violaciones a los
derechos humanos. Ya conocíamos con datos duros y evidencia obtenida a pulso la
demostración formal, tanto jurídica como periodística (que ha costado la vida,
la integridad o la libertad de activistas y periodistas), que esta persona pudo
haber sido cesada y juzgada mientras cometía dichos crímenes contra la
sociedad. La frustración es un síntoma del entrampamiento ideológico en que nos
encontramos.
Recientemente, durante un evento organizado para expresar el país que
queremos e imaginamos, vi la muestra patente de ese ejercicio de poder de
máscaras, que es mensajero y reproductor del patriarcado. El político Porfirio
Muñoz Ledo, desesperado por arrebatar el micrófono mientras hablaba un joven
activista, no miró ni escuchó a los y las jóvenes que dialogaban desde el
público, cuyo llamado a reinventar el liderazgo político fue lo más sano,
honesto y útil del evento. Él quería subir al podio, aleccionarnos como el
patriarca tradicional; se robó el tiempo de los otros y las otras (como suelen
hacer siempre los que deliran omnipotencia).
No fue a escuchar, ni a aprender, fue a buscar los resquicios de un
poder añejo de una izquierda que hace años está muerta, o al menos en coma
inducido por la hipocresía y el falso monopolio de la alternativa. Como él, en
todo el país, los demagogos de la crisis hablan sinsentidos, porque su modelo
de liderazgo está también a punto de perecer. No creo que ya las nuevas generaciones
tengan la respuesta, aunque hay excepciones como Pedro Kumamoto, tenemos
evidencia con Velazco en Chiapas y Remberto Estrada en Quintana Roo, que miles
de jóvenes se suman a las filas de las empresas partidistas para proteger y
reproducir el modelo de liderazgo convencional que favorece la cultura de la
corrupción e impunidad del “o conmigo o abandonados a su suerte”.
Desde hace décadas, las filósofas feministas demostraron que, si no
entendemos el origen y método del liderazgo, es imposible transformar las
estructuras de poder. De allí la insistencia de mujeres y hombres feministas
por deconstruir las formas tradicionales de liderazgo para crear un ejercicio
de gobierno ético que actúe mientras las y los funcionarios violan la ley, y no
una vez que han logrado destruir economías, vidas y ecosistemas.
Observante me encuentro en reuniones a hombres y mujeres que salivan
frente al hueso potencial, que se enmascaran en el teatro del absurdo
interminable. Queremos líderes que transformen colectivamente, no que destruyan
al adversario. La educación para el liderazgo no es un arma, sino una
herramienta. Nuestra frustración tiene razón de ser; sólo nos queda el largo
camino de inventar liderazgos nuevos, ajenos a la estructura y a los
chapulines, que se hacen llamar independientes, pero aman el poder tradicional.
Habrá que tener paciencia y persistir, aunque no vivamos para atestiguar el
cambio.
* Plan b es una columna cuyo nombre se inspira en la creencia de que
siempre hay otra manera de ver las cosas y otros temas que muy probablemente el
discurso tradicional, o el Plan A, no cubrirá.
[Usted acaba de leer un artículo de
opinión cuyo contenido refleja el punto de vista del autor.]
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