ESTRICTAMENTE
PERSONAL
❍ Hillary es la enemiga
[Por Raymundo Riva Palacio]
Sin
rival alguno, el primer lugar de los villanos de México en el mundo lo tiene
Donald Trump. Se lo ha ganado, al confrontar la cultura sibilina mexicana.
Trump ha sido directo: no quiere a los mexicanos indocumentados, y desea
renegociar el Tratado de Libre Comercio con Norteamérica. Hillary Clinton, dice
lo mismo, pero de otra forma. Suave en público, agresiva en privado. Los
mexicanos no deben dejarse llevar por la repulsión que les causa Trump, ni por
la seducción de Hillary por ser mujer o lo que representa el apellido. La mano
suave de Bill Clinton puede esconder la mano dura de su esposa.
Trump
es un aventurero de la política que conoce desde afuera cómo funciona el
sistema político en Washington. Hillary sabe cuáles son los resortes que lo
operan. Trump es un empresario controvertido y cuestionado por sus pares.
Hillary fue una activista que llegó a ser considerada la cuadragésima abogada
más importante de Estados Unidos, Primera Dama, senadora y Secretaria de
Estado. Como afirmó el Presidente Barack Obama en su discurso en la Convención
Demócrata, no hay nadie, de todos los presidentes que ha tenido ese país, mejor
preparado para el cargo como Hillary.
El
Presidente Enrique Peña Nieto debe tener mucho cuidado con su estrategia con
los dos candidatos a la jefatura de la Casa Blanca. Su gobierno ve a Trump, un
hombre políticamente rudimentario, con reservas. De quien debe preocuparse es
de Hillary, la verdadera enemiga de México. Detrás de su sonrisa está una
política dura que sabe para qué sirve el poder, con posiciones muy firmes en el
trato con adversarios que le desagradan. México está en esa categoría, no de
ahora, sino de hace tiempo. El ex presidente Carlos Salinas lo vivió en la
parte final de la negociación del Tratado de Libre Comercio de Norteamérica,
donde la principal opositora en la Casa Blanca no era Bill Clinton, sino
Hillary. Su discurso actual contra ese pacto y la búsqueda de una renegociación,
es consistente con su pasado.
Su
postura actual es más dura para México por la mala opinión que tiene del
Presidente Peña Nieto y de su gobierno. En Washington, el entorno de Obama
sienten que los ha engañado. La percepción comenzó cuando el vicepresidente Joe
Biden viajó a México en marzo de 2012 para conocer y calificar a los candidatos
presidenciales. Peña Nieto se comprometió a ayudar a Washington a combatir el
crimen organizado en Centroamérica –Salinas había sacado mucho provecho de sus
gestiones de paz en El Salvador y Guatemala-, que era algo que habían pedido al
Presidente Felipe Calderón. Biden quedó impresionado por Peña Nieto, y el
reporte a Obama fue que “era el mejor”.
Obama
decidió apoyarlo. En cada país al que fue Peña Nieto como Presidente electo,
fue recibido por los líderes de esas naciones. Aquellas recepciones se
adjudicaron al buen y sorprendente trabajo diplomático mexicano. La realidad es
que se le abrieron las puertas en las capitales visitadas por la petición
directa de los embajadores de Estados Unidos. El apoyo de Washington era tan
fuerte, que cuando llegó la visita a Obama, se programó una reunión de 45
minutos en la Oficina Oval. Pero en la víspera del viaje, Peña Nieto cambió los
temas de la reunión, una molestia por la improvisación, que provocó que se
cancelara el encuentro en la Oficina Oval.
Peña
Nieto no alcanzó a ver el error que había cometido, y lo fue profundizando. No
quiso trabajar una visita de Estado a Washington en su primer año de gobierno,
cuando estaba fuerte, y cuando finalmente se decidió, las reformas lo habían
desgastado y a Washington ya no le interesó recibirlo en esa calidad. En
paralelo, había cambiado radicalmente los términos de la colaboración en
materia de seguridad, y cerró todas las puertas. El Departamento de Estado,
encabezado por Hillary, había empezado a notar la creciente violación de
derechos humanos en México, que llevó a Obama, por recomendación de Hillary y
de la subsecretaria de Estado para Asuntos Interamericanos, Roberta Jacobson
–la actual embajadora en México- recortar en 50% los fondos de la Iniciativa
Mérida, y encauzarlos al mejoramiento del sistema de justicia.
No
han sido buenos tiempos para el gobierno de Peña Nieto. Una anécdota ilustra
qué podría esperarse de Clinton en la Presidencia: en la campaña electoral de
2008, Samantha Power, principal asesora de Obama en política exterior, se
refirió a Clinton como un “monstruo”. Clinton se quejó y Power renunció. Cuando
Obama llegó a la Casa Blanca y Clinton al Departamento de Estado, Power fue
nombrada embajadora en las Naciones Unidas, y sufrió el maltrato de su jefa. En
octubre pasado Power viajó a México para hablar sobre la desaparición de los
normalistas de Ayotzinapa. Le fue muy mal aquí, pero en Washington no.
No
habló con Peña Nieto pero sí con la canciller Claudia Ruiz Massieu, quien,
según se reportó a Washington, la maltrató. La defensa de los derechos humanos
en México que hizo Power llegó con detalle a Clinton, que preparaba su campaña
presidencial. Gracias a esa postura le perdonó el insulto. Para Clinton era más
importante la forma como se había plantado frente a las autoridades mexicanas,
que aquél agravio. La molestia con el Gobierno de Peña Nieto estaba por encima
de todo, y las cosas no han cambiado. Que aquí no se les olvide.
rrivapalacio@ejecentral.com.mx
twitter:
@rivapa
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opinión cuyo contenido refleja el punto de vista del autor.]


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