❍ Los maestros
crearon su propia ciudad con carpas en la CDMX, donde tienen mercado con venta de ropa, comida,
hasta clínica comunitaria
CIUDAD DE MÉXICO ► Como en
toda ciudad, aquí hay un mercado, servicios públicos de drenaje y luz. Aunque
el agua es un problema, no hay nada que el ingenio no resuelva. Hay fonditas,
comercios, tiendas de ropa, escuelas y ambulantaje; hasta una farmacia en la
que se entregan medicamentos gratuitos y se receta a los enfermos según el
diagnóstico a “ojo de buen cubero” del encargado.
Hay una
estación de radio, espectáculos culturales y un sistema de seguridad para
evitar que entren personas desconocidas o se incrementen los robos. Como en
cualquier municipio del país, hay un sistema de gobierno, un basurero y
problemas de ratas; conflictos para estacionarse, con los vecinos, y para
alcanzar al camión repartidor de gas. Al mediodía el olor es insoportable. Por
las noches se baila cumbia y reguetón en la Plaza de la Ciudadela, donde la
Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE) lleva instalada 35
días. Bienvenidos a Ciudad Plantón.
La madrugada
del pasado 26 de mayo, cerca de mil profesores de las Secciones 7 de Chiapas,
22 de Oaxaca y 14 de Guerrero de la Coordinadora, fueron desalojados por
elementos de la Policía Federal del campamento que habían instalado la tarde
anterior en la calle de Bucareli, cerca de la Secretaría de Gobernación
(Segob).
El acuerdo
para permitirles continuar con este modo de protesta fue que aceptaran
trasladarse a las inmediaciones de la Biblioteca de México José Vasconcelos.
Así fue como
en el perímetro que conforman las calles Emilio Dondé, Tres Guerras y Tolsá, se
asentó el plantón magisterial en protesta contra la reforma educativa y para
exigir la instalación de una mesa de negociación con el gobierno federal.
Su presencia
ha trastocado la vida de quienes trabajan o viven en la zona. Al llegar, la primera
preocupación de los profesores fue dónde poner a cargar sus teléfonos
celulares, platicó Miguel Ángel Ortiz, de 38 años y vecino de la calle
Bucareli. Cuando fueron a preguntarle de dónde podían sacar luz, el mecánico
les recomendó que se colgaran de los postes.
Ortiz
comprende, 35 días después, que los profesores tienen una causa para su lucha,
pero ya está cansado y desea que “se retiren pronto”. Él arregla automóviles en
la calle General Prim, casi esquina con Tres Guerras; desde que se instaló el
plantón, son cada vez menos los clientes porque no se permite el ingreso de
vehículos.
“Hace dos
meses estuvieron [en plantón] los Antorchistas, luego los Francisco Villa por
un lapso de 20 días, todo sobre Bucareli. Como vecinos nos perjudica, por la
gente que es ajena al área donde vivimos.
“Desde que
llegaron los maestros la chamba bajó, como todo, porque aunque fueran vecinos
aquí estaba prohibida la salida y entrada de los vehículos. Ellos tienen su
libertad de expresión, están luchando por algo, pero yo digo que tienen que
tener fundamentos”, comentó.
Para
Anastacio Olguín Jiménez, portero de la vecindad ubicada en el número 7 de la
calle Emilio Dondé, la mayor preocupación que le ha generado ese campamento es
el criadero de ratas que supone el basurero improvisado en la esquina de Tres
Guerras y el grupo de 15 casetas sanitarias que fue instalado justo frente a la
puerta de entrada de la vecindad.
“Son
maestros, deberían tener educación, luego se mean afuera de los baños y nadie
puede hacer nada. A veces vienen a asear temprano los baños, pero es nada más
una vez al día, y en la tarde el olor no se soporta. Luego no dejan entrar al
camión de la basura ni al repartidor del gas. Tengo que estarlo cachando para que
se lleven la basura del edificio”, platicó.
“Queremos que
se vayan, no se aguantan los despapayes para entrar; luego se ponen a tomar y
no se puede ni pasar, porque cierran calles”.
Berenice
Córdoba, de 35 años, vecina de Emilio Dondé número 7 desde hace 10, piensa que
el plantón, las protestas y las manifestaciones de la Coordinadora Nacional de
Trabajadores de la Educación son la única vía de presión para que el gobierno
federal escuche a los maestros. Desde su perspectiva, “hablar bonito” no
resolverá nada.
Berenice,
casada y madre de un hijo en edad escolar, opina que está de acuerdo con el
movimiento magisterial, pero dice estar cansada de las afectaciones que ha
generado el campamento en la Plaza de la Ciudadela.
“Lo que afecta
es el hecho de los baños, es algo desagradable; tanta basura, las ratas están
proliferando cañón. Aquí en la esquina [de Emilio Dondé y Tres Guerras] llegan
y ponen toda su basura. En las mañanas encuentras cerros de basura. Mi mayor
preocupación son las ratas que se ven diario y a cualquier hora. Estoy a favor
de lo que hacen, creo que están peleando por algo que nos beneficia a todos, el
único pero que le veo a este asunto es la basura”.
De una u otra
forma, el plantón ha venido a dinamizar la vida en la Plaza de la Ciudadela.
Antes de que llegaran los profesores, los jardines estaban ocupados únicamente
por familias de indigentes y por las noches, a pesar de estar iluminadas, las
calles Emilio Dondé y Enrico Martínez lucen solitarias y en ellas los robos de
autopartes eran comunes, platicó Roberto Ortiz, dueño de una papelería, quien
reconoció que desde la llegada de los docentes la situación ha cambiado.
Esto se debe
en parte a que los campamentos de la CNTE se están organizado para tener
guardias diarias nocturnas de ocho horas.
El pasado
miércoles por la noche, por ejemplo, le tocó quedarse para vigilar al profesor
Rodolfo, de la Sección 7, quien es originario de San Cristóbal de las Casas,
Chiapas.
“La guardia
está al pendiente de todo lo que pase, de si hay algún hombre drogado o
borracho, de cuidar que no pase nada, y si tenemos alguna situación, avisarles
a los azules [los policías que custodian el campamento].
“Sabemos
reconocer a la gente que no es de aquí por cómo vienen vestidos y por cómo
hablan, el acento no los deja mentir. Algunos vienen tomados, otros están
drogados, otros son comerciantes ambulantes que se meten a las carpas y nomás están
viendo a ver qué se llevan. Si pasa algo, damos aviso y salimos todos a
responder”, dice.
La otra ciudad
Sin
conocimientos de arquitectura o ingeniería pero con amplia experiencia en
movilizaciones sociales, los profesores han ido construyendo su propia ciudad
dentro de la Ciudadela.
Cuando uno
entra, por ejemplo, al campamento del profesor Rodolfo, localizado al lado de
la entrada del estacionamiento del Mercado de Artesanías, no parece que esté
uno sobre la calle.
Los maestros
compraron plásticos, lonas y mecates para armar la carpa principal que los
protege de la lluvia. Dentro instalaron sus tiendas de campaña, la cocina y la
alacena que armaron con cajas de verduras y estructuras de madera para
montacargas, conocidas como palets. Vivir en la protesta tiene su ciencia. Por
ejemplo, para evitar amanecer mojados después de una noche de lluvia los
profesores levantaron sus tiendas de campaña sobre palets y cajas de cartón. De
esta forma el agua corre por debajo de sus tiendas.
Al igual que
los comerciantes ambulantes, instalaron diablitos en los postes del alumbrado
público y su propio sistema de cableado para encender focos, televisiones y
conectar cargadores, radios, bocinas y aparatos electrodomésticos.
No falta
dónde conectar una parrilla o dónde licuar jitomate para hacer las salsas y
preparar comida del día en cocinas comunitarias.
El agua la
sacan de la cisterna de la fuente o con una manguerita del edificio del
sindicato del ISSSTE o de las tomas callejeras. Esa la usan para lavar su ropa
y los dientes, rasurarse y bañarse. El campamento de la región Costa de
Guerrero está encargado de administrar las tres regaderas más visitadas en la
calle Tres Guerras. Ahí se cobran cinco pesos por bañarse con agua fría y 10
con agua caliente, en casetitas improvisadas con plásticos, lonas y pedazos de
madera sobre el drenaje público. El agua se calienta con cables o calentadores
eléctricos.
Ir al baño en
el plantón requiere de un estómago fuerte y espíritu de contorsionista. En caso
de mucha necesidad se pueden usar las casetas sanitarias que están en la
esquina de Emilio Dondé y Tres Guerras, pero el gobierno capitalino sólo las
limpia una vez al día, por las mañanas, por lo que a las ocho de la noche el
olor se percibe a media cuadra de distancia o hasta más.
En esos
casos, la mejor opción son las letrinas instaladas por los profesores a mitad
de las calles. En un espacio de 90 centímetros cuadrados, dentro de casetas
similares a las utilizadas para las regaderas, hay un excusado pegado con
cemento sobre la coladera. Ahí la contorsión consiste en evitar mojarse y
alcanzar al mismo tiempo el rollo de papel, colgado del techo con un alambrito.
El plantón
también cuenta con un servicio médico, al cual los profesores acuden para
tratarse desde los pies cansados, dolores de estómago, infecciones estomacales
y de garganta, o resfriados, hasta que les quiten absesos en la cabeza, les
curen las ampollas o les den tratamiento contra los hongos en las uñas de los
pies, platicó el maestro chiapaneco José Antonio Herrera, quien llegó a la Ciudad
de México el 15 de mayo, cuando se instaló el primer plantón en la calle
Bucareli.
El maestro
duerme en un catre que extiende dentro de la Clínica de Salud del Pueblo CNTE,
una carpa donde se reciben donativos en especie (principalmente medicamentos) y
a la que diariamente acuden médicos o enfermeras, según lo que platicó, para
atender a los profesores que hacen cola a fin de que les curen sus dolencias.
“Añoro mi
camita, a mi esposa, mi escuela. Mis hijos están grandes, pero uno nunca deja
de ser papá. Tengo nietos, y cómo los extraño”, platica melancólico, “Pero esto
es algo que tengo que hacer. Claro que existen pensamientos trágicos, que no
resolvimos nada, que regresamos física y económicamente tronados, sin trabajo,
pero mis alumnos me esperan… tal vez sin salario, con una notificación de
despido, si es que me la dan, pero con mi grupo”.
Entre los
maestros hay un discurso de que reciben apoyo de la sociedad, que sólo de ahí
sacan los recursos para mantener el plantón y la comida que consumen los 500
profesores que todavía viven en las inmediaciones de la Plaza de la Ciudadela
(cuando llegaron, el pasado 26 de mayo, la Secretaría de Seguridad Pública de
la Ciudad de México reportaba entre 900 y mil personas instaladas) proviene de
donativos y regalos generosos de personas que comulgan con su causa.
Se comprobó
la presencia de asociaciones y fundaciones civiles que acuden a entregarles
víveres, principalmente comida. El miércoles por la noche, Iván Franco (27
años) y Marco Martínez (23 años) les regalaron una tonelada y media de frutas y
verduras: zanahoria, jitomate, pepino, lechuga, papa, mango y 200 platos de
comida (picadillo, arroz y brócoli).
Iván y Marco
laboran para la fundación Somos Más, que a su vez trabaja con el Banco de
Alimentos de la Central de Abastos de la Ciudad de México. Todos los días,
estos jóvenes recogen comida que por su aspecto físico no se puede vender y
regularmente se tira. Así que los comerciantes de la central donan estos
alimentos a organizaciones civiles que a su vez los reparten en cárceles,
anexos para drogadictos, a adultos mayores, en colonias pobres de la periferia
de la ciudad.
Ahora tocó en
el plantón magisterial de la CNTE. A Iván su trabajo le gusta mucho y le ha despertado
un sentido de empatía, que es difícil de encontrar en una ciudad tan grande y
conflictiva como ésta. Con Marco pasa lo mismo: ambos están acostumbrados a
recorrer las zonas más pobres donde regalan alimentos.
Aunque para
la fundación es prioridad apoyar al campamento magisterial, los jóvenes estaban
sorprendidos porque después de dos horas no se acababa la comida que llevaban.
Les tenían
que pedir a los maestros que se acercaran para sacar del fondo la verdura o
fruta. “Maestro, si quiere tomar fruta y verdura, sin compromiso, es gratis”,
decía Marco.
“En otros
lugares se ve más la necesidad, se te acercan las personas, te dicen ‘Dios te
bendiga’, y preguntan: ‘¿Puedo tomar un poco más?’, y se llevan costales de
jitomate, de fruta, pero aquí la gente como que no está queriendo”, comentó
Iván con frustración.
Han visitado
el plantón en dos ocasiones y les ha tocado platicar con los profesores. Para
Marco, eso le ha ayudado a ver las cosas diferentes y apoyar al magisterio, aunque
piensa que la protesta se está saliendo de control. “Si uno tiene apenas la
economía para mantener a un hijo, si nos empiezan a cobrar los libros de texto
y la educación, ahora todo se va a apretar más”, explica. Dice que así es como
él comprende la reforma educativa que tiene al país en jaque.
Otras
organizaciones aportan alimentos, como los sindicatos de la UNAM, de
Telefonistas y el Mexicano de Electricistas.
Los
profesores viven en estrés constante. Temen que los habitantes de la Ciudad de
México los vayan a asaltar en cualquier momento o que “espías del gobierno” les
tomen fotografías y den cuenta de sus actividades. Alto, fornido, callado y
desconfiado, el maestro Rodolfo pide una identificación antes de comenzar a
hablar y cuestiona: “Para qué tanta pregunta”. Después se suelta un poco y
platica que enseña en primero de primaria, en una escuela rural cercana a San
Cristóbal de las Casas. Lo que más le emociona es enseñar a leer.
“En primero
[de primaria] me da mucha satisfacción, porque es cuando los niños aprenden a
leer y a escribir, a comprender. Casi todo se hace jugando. Mi escuela está
marginada, la estructura está un poco mal. Mi salón no está acondicionado para
serlo”, cuenta. “Han sido 30 días y un mes los que llevo aquí en el campamento,
y ¿cómo ha sido la vida? De marchas, protestas, actividades, brigadeo, de
caminatas interminables, de gritar consignas, de comer frijol, atún, sardinas.
Cuando hay verdura, verdura. Pero estamos decididos a esto, le perdimos el miedo
a muchas cosas”.
Fuente: El Universal
Julio/10/2016
www.libertadguerrero.net
0 comments :
Publicar un comentario
Por favor, ingresa tu correo electrónico para poder contactarte posteriormente... Gracias por visitarnos.