ESTRICTAMENTE
PERSONAL
❍ El Africano de Peña Nieto
[Por Raymundo Riva Palacio]
Este lunes, en su columna en El
Universal, Ciro Gómez Leyva refirió un encuentro que tuvieron los directivos
del Grupo Imagen el viernes pasado en Los Pinos con el Presidente Enrique Peña
Nieto, en donde, al final de la larga reunión, le recomendó de despedida la
trilogía El Africano, la obra de mil páginas de Santiago Posteguillo sobre
Publio Cornelio Escipión, uno de los grandes generales de Roma en el Siglo III
antes de Cristo. El columnista escribió que Peña Nieto le habló de uno de los
capítulos esenciales de la obra, la derrota de Aníbal Barca, otro gran general
cartaginés, para subrayar “lo cerca que estuvo Roma de caer en manos de los que
representaban valores opuestos”. El contexto que le dio Gómez Leyva fue el de
Andrés Manuel López Obrador y su cruzada antisistémica por la Presidencia en
2018. Pero la obra no habla de valores opuestos, sino de dos imperios con el
mismo orden político y ambiciones. Se trata de fuerzas opuestas, llenas de
rencor y venganza sin escrúpulos.
Aníbal, recuerda el notable maestro
Raúl Quintanilla, director y dramaturgo que encabezó largo tiempo el Centro de
Formación Actoral de TV Azteca, siguió a su padre Amílcar a la conquista de la
Hispania Romana al final de la Primera Guerra Púnica, cuando los romanos
derrotaron a los generales de Cartago en Sicilia. Durante la ocupación Amílcar
fue emboscado por rebeldes oretanos en Alicante y su hijo no pudo llegar a
tiempo para rescatarlo de la muerte. Decidió en ese momento que Roma tenía que
pagar por ello, y se enfiló a través de Los Alpes. Desde la montaña vio como
los cartagineses rodearon en el campo de batalla a Publio Cornelio, padre de Escipión
El Africano, y cómo, luchando contra los enemigos, lo rescataba.
“¿Quién ese joven?”, cita el maestro
Quintanilla de historia y los poemas sobre ese momento. “Él sabía, como Hitler
y Churchill, que iban a pelearse. Es la premonición de los grandiosos”. Aníbal
marchó sobre Roma y pasó por la Toscana, en ese entonces una tierra de
pantanos. El Senado romano envió a su jefe de las legiones, Escipión El
Africano, pero por el miedo que le tenían que se rebelara, no le enviaron ni
todas las tropas, ni todo el dinero que necesitaba. Aún así, acumulaba
victorias. Aníbal, contra lo que esperaban, no se dirigió directamente a Roma.
Durante 25 años midió a los romanos y diagnosticó: su debilidad es su exceso de
fuerza. Aníbal, sin embargo, se quedó sin dinero, perdió Hispania ante Escipión
y regresó a África. Hasta allá lo persiguió el general romano, de cuyas
batallas adquirió el mote de El Africano.
Julio César, un emperador romano
posterior, recuerda Quintanilla, escribió la historia de esa, la Batalla de
Zama, en donde Escipión mostró su talento de estratega –tendió una trampa a los
miles de elefantes que corrían hacia los romanos, o los sorprendió por la
retaguardia, aprovechando la baja marea caminaron por los lagos, y
sorprendieron a los guardias de Cartago que no vigilaron las aguas porque los
romanos no sabían nadar-. Aníbal y Cartago se rindieron, en lo que fue la
Segunda Guerra Púnica. Al reflexionar sobre la derrota, agrega Quintanilla,
Aníbal admitió: “Fui el más fuerte de todos, pero no pude proteger a mi
familia. Fui víctima de mí mismo”. No había podido ver sus problemas, de
soberbia y vanidad. Aníbal se refugió en el Senado de Cartago, donde formó el
Partido Democrático, que se enfrentaba a un grupo político financiado por la
oligarquía, que veía en los impuestos y el libre comercio, su prosperidad. En
la lucha política Aníbal los derrotó y fue elegido sufete, una especie de juez,
desde donde hizo reformas que afectaron los intereses de la oligarquía.
Ante la amenaza a los suyos, la
oligarquía lo traicionó y buscó que Roma lo derrocara. Antes de que eso
sucediera, se autoexilió en Siria. En el camino coincidió con Escipión en
Éfeso, una de las grandes urbes de la Antigüedad, donde de acuerdo a Tito Livio
en su Ab Urbe Condita Libri, se reunieron en Las Termas. Allí, Escipión le
preguntó: “¿Quién ha sido el más grande general?”. En espera de reconocimiento,
Aníbal lo sorprendió: “Alejandro de Macedonia (Magno)”. Entonces, replicó,
¿quién el segundo? “Pirro”, dijo. ¿Y el tercero? “Yo mismo”, afirmó Aníbal,
quien dice el maestro Quintanilla, había jugado con la soberbia de Escipión,
que también fue víctima de sí mismo.
En algún lugar del Medio Oriente,
Aníbal tomó veneno antes de que 20 mil soldados romanos pudieran ponerle una
mano encima, que lo encontraron muerto, sentado en una silla, donde aún, en esa
condición, les inspiraba respeto y temor. Uno de ellos musitó: “Si Aníbal nos
atemoriza, ¡qué grande es Escipión!”. Aníbal nunca pudo advertirle a su verdugo
de batallas que los políticos romanos también lo habían traicionado, y murió
sin jamás regresar a Roma. Esta es la historia de la Batalla de Zama a la que
se refirió Peña Nieto, donde los paralelismos de los dos generales emocionaron
al Presidente. Lo que quedará en duda es si Gómez Leyva lo interpretó mal. Si
se equivocó, lo que Peña Nieto adelantó con su descripción del fondo de la obra
de “valores opuestos” es cómo sus reformas lastimaron a los poderosos y generó
reacciones, con la premonición expresada que lo perseguirán después de la
Presidencia, hasta acabarlo.
rrivapalacio@ejecentral.com.mx
twitter: @rivapa
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opinión cuyo contenido refleja el punto de vista del autor.]
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