►Acción
Nacional, según los primeros conteos, gana en 7 de los 12 estados en liza y
arrebata al PRI Veracruz, Tamaulipas, Quintana Roo, Durango, Aguascalientes y
Chihuahua
CIUDAD DE MÉXICO ► México arrancó este domingo la carrera presidencial de
2018. Los comicios a 12 gubernaturas pusieron en evidencia los equilibrios que
van a determinar la lucha política en los próximos dos años. El PRI, erosionado
por el hartazgo frente a la corrupción y la inseguridad, sufrió un inesperado
descalabro y, siempre según los primeros conteos, perdió seis Estados, entre
ellos cuatro de los cinco que jamás habían tenido otro partido gobernante
(Veracruz, Tamaulipas, Quintana Roo y Durango). Esta enorme fuga de votos buscó
refugio en manos del PAN que, con siete plazas ganadas (tres en alianza con el
PRD), resurgió de sus cenizas y se proclamó vencedor de la noche. “Si hacemos
bien las cosas, el derechista PAN va a recuperar la presidencia en 2018”,
afirmó su presidente, Ricardo Anaya. Al otro lado de la cancha se situó el
izquierdista Andrés Manuel López Obrador, cuyo notable ascenso quedó a medio
camino al no conseguir hacerse con ninguna administración.
El PRI ha mostrado sus fisuras. La fuerza
política que durante décadas dominó México partía con 9 de las 12 gubernaturas
en juego. Cinco de ellas, además, jamás habían conocido otro color político. La
defensa de este legado era difícil. El presidente Enrique Peña Nieto atraviesa
horas bajas, la economía nacional no despega, y las encuestas muestran un
fuerte rechazo a la política tradicional. Estos factores, llevados al campo
local, auguraban una derrota. Para evitarlo, el presidente del PRI, Manlio
Fabio Beltrones, combinó una estrategia basada tanto en la recuperación de
territorios como en explotar el suelo rocoso en los estados fieles.
El balance fue magro. EL PRI se quedó sólo
con cinco gubernaturas: tres que ya controlaba (Zacatecas, Tlaxcala e Hidalgo)
y dos nuevas (Sinaloa y Oaxaca). En el camino perdió, siempre según los
resultados preliminares, Veracruz, Tamaulipas, Aguascalientes, Chihuahua,
Durango y Quintana Roo. Una sangría que supone una potente señal de alarma para
el PRI y para el propio Beltrones, un político al que se considera el actual
guardián de las esencias priístas y del que se especulaba que, tras estas
elecciones, podía saltar a la arena de los aspirantes a suceder a Peña Nieto.
”Hay que asumir el mensaje del electorado, hay actitudes que cambiar”, dijo
Beltrones en clara referencia a la factura pasada por los casos de corrupción.
Bien distinta resultó la noche para Andrés
Manuel López Obrador. El que fuera dos veces candidato presidencial con el PRD
ya ha proclamado su intención de contender a la presidencia. Para ello ha
dispuesto un vehículo electoral hecho a su imagen y semejanza, el Movimiento de
Regeneración Nacional (Morena). Los resultados obtenidos el año pasado, en su
estreno, fueron débiles. Apenas alcanzó el 8% del voto a la Cámara de Diputados.
Pero desde entonces la inagotable actividad de López Obrador, en campaña
permanente, le han abierto espacio entre los descontentos. Su reto este domingo
consistía no sólo en superar al PRD sino mostrar que puede ampliar su radio de
influencia más allá de la osamenta de su antiguo partido. Los datos le dejan a
medio camino, aunque en ruta de ascenso.
En la
Ciudad de México, el segundo estado más poblado de México y el gran caladero de
la izquierda, venció con claridad (36%, según los primeros conteos) en las
elecciones a la Asamblea Constituyente, pero no tan lejos del PRD (31,7%) como
se esperaba. También en algunos territorios tan cruciales como Veracruz, donde
carecía de implantación, disputaba la segunda plaza, algo impensable hace un
año. Pero todos estos votos, que indican un crecimiento vigoroso, no se
tradujeron en poder real. Morena no gana ninguna gubernatura y, aunque vence en
la gran capital, sigue sin controlar ninguna estructura administrativa de
fuste.
El
PRD, su antigua formación, tiene una digestión aún más difícil de los comicios.
En los dos últimos años su trayectoria ha sido declinante. La crisis de Iguala,
la salida de su líder histórico, Cuauhtémoc Cárdenas, y el descalabro de 2015
la han puesto contra las cuerdas. En esta cuesta abajo, sin candidatos fuertes,
cada paso que ha dado se ha topado con la sombra de López Obrador. Frente a
este panorama, los resultados del domingo no han dado el giro deseado. Aunque
en alianza con el PAN ganó Veracruz, Quintana Roo y Durango, perdió Oaxaca, uno
de los grandes estados en liza, y retrocedió en la capital. Dos golpes que
seguramente alimentarán el debate sobre una posible alianza con López Obrador
para las elecciones presidenciales.
La
sorpresa de la noche llegó con el PAN. Durante la campaña, las encuestas habían
dejado en un puesto secundario a esta formación que gobernó México de 2000 a
2012. El recuento restableció su lugar en la historia y le otorgó el puesto de
honor. La fuerza hegemónica de la derecha ganó siete gubernaturas y venció al
PRI en sus plazas fuertes más codiciadas, incluida Veracruz, el tercer estado
más poblado de México. Un avance que revela que el partido que sufrió una
humillante derrota en las presidenciales de 2012 todavía es un actor clave en
el escenario nacional. Y un adversario tan temible o más para el PRI que López
Obrador. “Nunca en la historia hemos ganado siete gubernaturas en unas
elecciones, ahora controlaremos 11 estados de forma simultánea. La presidencia
será nuestra en 2018”, afirmó el presidente del PAN, Ricardo Anaya. La batalla
no ha hecho más que empezar.
Por Juan Martínez Ahrens | El País
Junio/06/2016
www.libertadguerrero.net
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