ENTRESEMANA
• Y
quién habla de ellas
[
Por Moisés Sánchez Limón ]
En memoria de Ofelia Aguirre…
Hablemos de reporteras. No recuerdo cuándo,
pero de pronto las fuentes informativas cumplieron con creces la equidad de
género en eso de la cobertura periodística. ¿El sexo débil?
Ofelia Aguirre, quien se nos adelantó a la
conferencia de prensa, a la que estamos convocados quienes nos dedicamos a este
oficio del periodismo, cubría la fuente presidencial en el sexenio de José
López Portillo.
Eran, entonces, pocas las mujeres reporteras
asignadas a dicha misión de seguir la actividad presidencial y la cobertura de
otras fuentes, entre ellas Isabel Zamorano, Ada Hernández y Estela Vaylón, Emma
Galván, Perla Xóchitl Orozco y Nidia Marín, Isabel Morales, Ana Cristina Peláez
y María Cristina Espinosa, Sara Lovera, Elena Gallegos, Concepción Badillo,
Micaela Albarrán, Rosaura Ruz, Dora Jordá, Tere Gil y Beatriz Alfaro --Rocío
Castellanos, Paty Torres y Carolina Navarrete llegaron un poquito después junto
con Martha Elba Torres--, y varias más cuyos nombres pierdo entre los papeles
que Alz, el alemán, Heimer, me revuelve.
Una extraordinaria generación. Reporteras,
como las que hoy llenan las redacciones, que se negaron a ser destinadas a la
sección de sociales, en la guardia y enclaustradas para recibir información. Y
es que, entonces, eso de las lap top y los celulares eran ciencia ficción y las
notas eran dictadas o enviadas por télex, poco después llegó el fax…
No recuerdo, entonces, reporteras en la
fuente de policía y juzgados. La compañera Carmen Alicia Espinoza, sonorense y
echada para adelante, fue premio nacional de periodismo por un reportaje en el
que abordó el tema de la prostitución y la sociedad oscura entre policías,
jefes policiacos y cinturitas, padrotes o tratantes de blancas.
Carmen Alicia fue protagonista, personaje
central de su reportaje; vivió físicamente el tormento de la explotación y la
violación en una delegación del Distrito Federal. Le aplaudimos y reconocimos,
sin atavismos ni tabúes oscurantistas, su trabajo.
Hubo otras colegas que, en las redacciones de
los contados diarios de esos tiempos, se midieron de tú a tú con las vacas
sagradas y los colegas que pintaban para la primera plana.
Rocío Galván junto con otra colega, redactaba
una columna que se llamaba Mole de Gente y, por ende, se ganaron el mote de Las
Moleras. Norma Padilla formaba parte de ese equipo que también trabajó para El
Universal, cuya batuta estaba en manos del subdirector General Ariel Ramos
Guzmán, fallecido el año pasado.
Y vinieron otras generaciones, producto del
boom de las llamadas ciencias de la comunicación. Ser reportero y hasta
periodista se puso de moda. Cualquier aspirante a estrella de la televisión
presumía estudios en ciencias de la comunicación, mas hablaban –hablan—hasta
con faltas de ortografía.
Pero, en la medida en que crecieron y se
crearon nuevos periódicos, revistas, noticiarios en la tele y en la radio, en
esa medida se olvidó que las mujeres reporteras tienen otras necesidades que
los varones suelen olvidar.
Son madres y en muchos casos cabeza de
familia. Un reducido número de periodistas mujeres ha logrado ascender a cargos
públicos en el área de comunicación; otras tienen trabajos bien remunerados,
las menos con salarios que les permiten sortear necesidades, pero las más tienen
salarios miserables que las obligan a trabajar tiempos extra y dedicarse a
tareas ajenas a lo que estudiaron.
La inmensa mayoría de las reporteras son
licenciadas en periodismo, o ciencias de la comunicación; tienen estudios
profesionales, son mujeres preparadas que, ¡vaya con esta equidad!, igual que
los varones enfrentan el severo problema de los bajos salarios. ¿Y qué de los
dueños de los medios de comunicación? ¿Y qué de las y los legisladores
encargados de aprobar leyes que hagan posible el salario constitucional, digno?
¿Hay un salario digno para las reporteras,
las periodistas, pues, que alimentan de información a los medios de
comunicación de todo el país?
Y es que, mire usted, cuando una colega
aparece en la tele o en la radio con la crónica de una actividad pública, la
nota informativa, el televidente y el radioescucha pensarán que son mujeres
privilegiadas que se codean con el poder y que ganan muy bien.
Y qué decir de quienes al leer una nota en el
diario se fijan en la firma y creen que esa colega se pasea por el mundo, en el
avión presidencial, y gana cientos de miles de pesos. Es el espejismo, es la
vida prestada, sin embargo, la que viven la inmensa mayoría de las reporteras.
Sin duda, reitero, hay periodistas o
comunicadoras, reporteras o cronistas especializadas, conductoras y
funcionarias que han ascendido en esta carrera del oficio de ser periodista.
Pero la mayoría suman sus salarios a los del compañero, al ingreso familiar,
para vivir.
Y, ¿sabe usted que hay diputados y diputadas
como la señora Malú Micher que han prometido, por ejemplo, recuperar las
guarderías para hijos o hijas de reporteras, que desapareció Vicente Fox, pero
han concluido o están por concluir su gestión sin cumplir su palabra?
No, no se trata de lograr privilegios. Sí,
como dijo Gabriel García Márquez, el del periodismo es el oficio más bello del
mundo. Pero igual, el más ingrato. Un día una reportera puede ser Premio
Nacional de Periodismo y al día siguiente despedida porque se le fue una nota
pitera.
Un día Rebeca Lizárraga entró en el bar Las
Américas, de la ciudad de México, y los parroquianos dejaron de repartir
mentadas de madre y se portaron serios y respetuosos. Ese día, principios de la
década de los años 80, entraba en vigor la ley que permitía a las mujeres ingresar
a las cantinas. Rebeca iba a realizar un reportaje con ese tema para el diario
El Universal.
Hace 40 años la Organización de las Naciones
Unidas comenzó a celebrar, el 8 de marzo, el Día Internacional de la Mujer, con
una reunión en la Ciudad de México. Hablemos de reporteras que, en esto de la
equidad de género, son más y mejores, sin duda. Un recuerdo a las que se nos
adelantaron. Así es esto del oficio más bello e ingrato del mundo, pero ¡ah!,
cómo lo disfrutamos. Conste.
LUNES. ¿Marcelo un pobre diablo? Es una ofensa
al sentido común su declaración de que no tiene trabajo pero gana más de 150
mil pesos mensuales y paga 80 mil pesos de renta por una casota en la colonia
Roma. ¿Por qué no lo quisieron en Morena? Ni hablar, Movimiento Ciudadano tiene
un problema de credibilidad. Digo.
sanchezlimon@gmail.com
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