BAJO FUEGO
Violencia, otra vez
Por José Antonio Rivera Rosales
La irrupción en las principales ciudades de Guerrero de un nuevo grupo de delincuencia organizada que disputa el control a quienes han prevalecido históricamente en ellas, generó una nueva oleada violenta que mantiene en hito a la ciudadanía, sin que las autoridades atinen siquiera a identificarlo.
En la década de los ochenta, los clanes del narcotráfico se repartían alegremente las ganancias que suponía el trasiego de cocaína, marihuana y heroína a los estados de la Unión Americana. Era una gran familia feliz que discutía de manera civilizada sus diferendos originados en las transgresiones de territorio, que solían ocurrir de cuando en cuando, todos bajo el mando de Miguel Ángel Félix Gallardo, conocido en el submundo del hampa como El Vampiro, el capo de capos en ese entonces.
A posteriori, el mando recayó en Amado Carrillo Fuentes, El Señor de los Cielos, quien igualmente mantuvo un férreo control de los territorios, lo que implicaba eliminar de vez en cuando a algún jefe que sobrepasaba sus límites, como fue el caso de Rafael Chao López, excomandante de la extinta Dirección Federal de Seguridad (DFS) que, al mismo tiempo, tenía a su cargo una parte del territorio norte del país.
Desde los ochenta, por lo menos, el territorio guerrerense ya estaba asignado al clan de Arturo Beltrán Leyva, uno de los pioneros del tráfico de drogas en el país desde los tiempos de Pablo Acosta, Héctor Luis El Güero Palma Salazar y Ernesto Fonseca, Don Neto; maestro además de Joaquín El Chapo Guzmán, quien para entonces era sólo uno de tantos pistoleros que cuidaba las espaldas de los viejos capos sinaloenses.
La muerte de Amado Carrillo en 1997 provocó un primer nivel de ruptura en el pacto que mantenía unificados a los poderosos barones de la droga, y dio pauta para que Osiel Cárdenas tomara el control del llamado Cártel del Golfo en Tamaulipas, que hasta entonces había mantenido un bajo perfil con Juan García Ábrego.
Cárdenas fue el jefe mafioso que por primera voz configuró un grupo de élite de extracción militar para hacer frente a sus enemigos en la idea probable de expandir su territorio, lo que forzosamente implicaba romper con sus exsocios.
El descubrimiento, en los primeros años de la década del 2000, de que el verdadero negocio de la droga era el narcomenudeo -un verdadero caudal de oro en el mundo de la droga-, cambió por completo el escenario. Comenzaron las ejecuciones por parte del clan Beltrán Leyva para, primero, limpiar las plazas de vendedores independientes y, después, para apropiarse del mercado de las drogas al menudeo. Ello ocurrió entre los años 2003 y 2004.
Otros hechos nada fortuitos abonaron a la descomposición entre los grupos del narcotráfico: el escape de Guzmán Loera de prisión en enero de 2001, en el principio del mandato de Vicente Fox Quesada; más tarde, en septiembre de 2004, cuando un comando enviado por Joaquín Guzmán asesina a Rodolfo Carrillo, El Niño de Oro, lo que provoca la ruptura con los hermanos Carrillo Fuentes.
Finalmente, en enero de 2008 se produce la ruptura con Los Beltrán cuando el mismo personaje entrega al gobierno federal a Alfredo Beltrán Leyva, El Mochomo, responsable de las operaciones de seguridad en el cártel encabezado por su hermano Arturo. Eso desató una enemistad a muerte entre Guzmán Loera y los Beltrán Leyva.
Pero, en lo que compete a Guerrero y Morelos, la operación más determinante para la descomposición fue el furioso operativo lanzado contra Arturo Beltrán Leyva en diciembre de 2009 con apoyo de Fuerzas Especiales de la Armada de México, que terminó con la vida del capo así como de algunos de sus más allegados, como Miguel Ángel Moreno Araujo El Buches, y de Jesús Nava Romero, El Rojo, fundador del grupo delictivo ampliamente conocido en la capital y la región centro del estado.
Esa ejecución extrajudicial -porque no se podría definir de otra manera- fue lo que generalizó las disputas por el territorio que estaba bajo la sujeción del capo, quien ordenaba castigos terminantes para quienes transgredían sus órdenes o lo traicionaban.
Es el caso, por ejemplo, de Mario Alberto Pineda, El MP, quien fue asesinado por patrocinar asaltos y secuestros a espaldas del capo. Pineda era uno de los hombres más allegados a Beltrán Leyva y coordinaba operaciones ilegales en Guerrero y Morelos, no obstante lo cual simplemente fue borrado del mapa.
El efecto del asesinato de Arturo Beltrán Leyva -igual como ocurrió en el resto del país con todos los grandes capos- se tradujo en una pulverización de los grupos criminales que se constituyeron como una suerte de “mini cárteles” o bandas armadas independientes que actuaban por cuenta propia, lo que a su vez generalizó un fenómeno de expoliación en contra de la población civil.
Entonces comenzaron a combatir entre sí las células que antes formaban parte del cártel de los Beltrán Leyva.
Aunque después de la muerte de Arturo Beltrán se sucedieron otros acontecimientos relevantes, eso será tema de otra entrega. Lo importante aquí radica en señalar que, en sentido contrario de lo que dijo hace días el gobernador Ángel Aguirre, no estamos ante un nuevo grupo sino ante una banda armada que en algún momento hizo parte del clan original, y que irrumpió en la plaza -en particular en Chilpancingo y Acapulco- para recuperarla.
Las alianzas comerciales entre estos grupos delictivos suelen tener carácter ocasional, de modo que quienes antes estuvieron al mando, sea de la facción que sean, ahora enfrentan a sus exsocios con la probable ayuda de la única estructura con capacidad para enfrentar a Los Rojos, esto es, La Familia, junto con sus hermanos Los Templarios.
Estaríamos entonces ante una poderosa formación delictiva armada que, con toda seguridad, adoptará otra denominación para presentarse como una opción viable ante la sociedad guerrerense, que se encuentra harta de los excesos de Los Rojos y sus células locales.
Sin embargo, lejos de incursionar como una avanzada de terciopelo, esta nueva banda armada acudirá a los expedientes conocidos en la Zona Norte y la parte alta de la Sierra Madre del Sur, donde sus excesos son de todos conocidos. Son malas noticias para las autoridades, pero son pésimas noticias para los ciudadanos.
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