RÍO DE JANEIRO (www.libertadguerrero.net).- Con la Copa del Mundo Brasil 2014 como nueva seña de identidad, el estadio de Maracaná ahora será de los grandes ricos de la ciudad, cuando antiguamente fue el sitio al que también accedían y entraban los pobres y desvalidos de la calle, los aficionados que viven y mueren por el futbol nacional.
“Hasta hace poco tiempo era el templo mayor donde Dios y el diablo se habían enfrentado desde que fue inaugurado, en junio de 1950”, explica Gilberto Barros, “torcedor” del Flamengo de la primera hora, cliente habitual y puntual de la tribuna norte.
Con el escenario vacío, aún se pueden escuchar en él gritos tras las hazañas de las deidades en calzón corto más queridas; pero también hay un silencio sepulcral, aquel que dejó mudos y marcó a una generación de brasileños tras la derrota del casi campeón Brasil, vencido por un modesto Uruguay el 16 de julio de ese año tan ingrato.
Este es el estadio más famoso y con más historia del futbol contemporáneo, mítico e icónico, que hoy luce rostro remodelado, del que sólo sobreviven la fachada, su entrada monumental y la estatua del capitán Luiz Bellini alzando al cielo la Copa Jules Rimet ganada a Suecia en 1958.
Aún así, con su aforo original reducido a más de la mitad, conserva el respetable misticismo del pasado por tratarse de la sede de siete partidos de la próxima Copa del Mundo de 2014, incluida la final del 13 de julio, a la que espera llegar el conjunto “canarinho”.
Éste fue tomado en estado cataléptico, desmayado y sin ánimo por el técnico Luiz Felipe Scolari, relevo de Mano Menezes luego de la derrota ante México en la final olímpica de Londres, el sábado 11 de agosto de 2012.
Como hace más de seis décadas, en el torrencial verano sudamericano anterior, las intensas lluvias anegaron el barrio del Maracaná que está por bajo el nivel del mar, haciendo recordar que, a partir de 1948, sobre esa tierra inundada empezó a ser construido lo que alguna vez fue “o maior estadio do mundo” (el mayor estadio del mundo).
Fue edificado para la cuarta justa del orbe, la primera que realizaba Brasil, nación que adora el futbol, deporte que adoptó como religión y lo hizo democrático para todos, pobres y ricos, millonarios y “favelados”, blancos y negros.
En él –al menos hasta antes del 12 de junio de 2014-, cabían todas las clases sociales que, por necesidad, requerían de un escenario perfecto para ganar el torneo de 1950; pero una desgracia marcó al coloso cuando el delantero uruguayo Alcides Ghiggia venció al arquero de Brasil y del Vasco da Gama, Moacyr Barbosa.
Su nombre oficial es “Estadio Mário Filho”, en honor al periodista del “Correio da Manha” que dedicó su vida a documentar la historia del futbol de su país al publicar el libro “Bola Negra”, narrando cómo ese deporte fue una herramienta de lucha contra el racismo en Brasil en la década de 1920.
Su nombre popular es Maracaná, ya que en ese barrio, antiguamente lleno de manglares, se refugiaban miles de pequeños loros multicolores, a los cuales los indios kariokas, tupíes y guaraníes llamaban así.
La remodelación del actual estadio tardó más de dos años e inicialmente costó 510 millones de dólares, luego de haber sido demolido casi en su totalidad, creándose una sección VIP, donde los asistentes a los siete juegos que se escenificarán en él han de pagar hasta mil 500 dólares, sin contar comidas y bebidas gourmet.
Hay salas tipo lounge, con acceso a terrazas minimalistas, donde tendrán las mejores vistas panorámicas de lo que ocurra en los siete duelos mundialistas, el primero el 15 de junio entre Argentina y Bosnia-Herzegovina, cuyos futbolistas caminarán serenamente hacia la cancha para enfrentarse a morir.
La cancha del Maracaná es de seguridad extrema, vigilada en todo momento, con pasto verde lisamente impecable, sistemas de desagüe y un foso remodelado -con arena fina y coladeras-, que separa por unos metros a los jugadores de los espectadores de primera fila.
A diferencia de la antigua estructura, ahora hay una malla térmica en los bordes del techo que proporciona sombra a casi todos los asistentes y es parte fundamental de la nueva estética, con una membrana y un moderno sistema que capta el agua de lluvia y la almacena para su reutilización.
Las desgastadas rampas monumentales del acceso principal también fueron demolidas y se cuenta con ocho elevadores y escaleras eléctricas para garantizar la accesibilidad, 231 baños, 60 bares y 110 palcos privados.
Desde la cancha, con el estadio vacío -empapado de “saudade” (nostalgia) como la que siente Gilberto Barros-, sin un alma, aún se puede escuchar la ovación que los casi 174 mil espectadores lanzaron esa tarde, cuando Albino Friaça Cardoso anotó el primer gol a los 47 minutos de la decisión final entre Brasil y Uruguay.
A los jugadores brasileños ya les habían regalado relojes de oro con una inscripción en el reverso: “Para los campeones del mundo”, además de que, festivamente, un carro alegórico carnavalesco y la batucada ya estaban listos afuera del escenario para el recorrido de la “seleçao” por las avenidas Presidente Vargas y Río Branco.
Al minuto 64, Alberto Schiaffino anotó el empate y, a los 77, sobrevino otro ataque uruguayo que culminó con el gol triunfal de Alcides Ghigghia, extremo derecho del enjundioso equipo charrúa que así derrotó al anfitrión que se sintió imbatible.
El silencio sepultó el fervor del estadio, y todavía hoy, a tantos años de distancia, aún se siente ese vacío espectral: a las 16:45 de ese 16 de julio de 1950, el árbitro inglés George Reader dio el silbatazo final y la historia del país que siempre ha amado a sus dioses del balón registró una injusticia clamorosa y el episodio más triste y conmovedor del futbol brasileño.
Fuente: Notimex
Mayo/21/2014
www.libertadguerrero.net
___________________________________________________
0 comments :
Publicar un comentario
Por favor, ingresa tu correo electrónico para poder contactarte posteriormente... Gracias por visitarnos.