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ENTRESEMANA | Crónicas foxianas (I)

ENTRESEMANA
Crónicas foxianas (I)
Por Moisés Sánchez Limón

La mañana del miércoles 1 de junio de 2011, afuera de su casa en la calle Samaniego de la colonia Dale, en la capital de Chihuahua, fue asesinado Fernando Oropeza Oaxaca. Días antes había sido removido de la dirección de un penal llamado de Unidad de Bajo Riesgo de aquella localidad norteña. Tres balazos segaron su existencia.

El gobernador César Horacio Duarte Jáquez calificó de sospechoso el entorno en el que se ejecutó a Oropeza Oaxaca. Dijo haber dado instrucciones a la fiscalía chihuahuense para “llegar al fondo de esta investigación”.

Puro rollo porque, una semana antes, Duarte pidió a Oropeza presentara pruebas de que le habían sembrado drogas, armas y licor, causa por la que lo habían despedido tras un operativo irregular en el que agentes de la Policía Federal encontraron esas “pruebas” en un local dentro del penal, en el que Oropeza instalara una mesa de billar para solaz de los internos bien portados.

Duarte pidió lo imposible. Sabía, sin duda, que a Oropeza le habían montado un cuatro para hacerlo a un lado; por honesto, se había vuelto funcionario incómodo: denunció al entonces director operativo de los Centros de Reinserción Social del gobierno de Chihuahua, Luis Alfredo Franco García (a) “El diablo”, como jefe de una red de corrupción en los penales de la entidad.

De estos hechos, Fernando Oropeza informó haber dado parte a la V Zona Militar, con sede en Chihuahua. Todo el asunto quedó registrado en una denuncia que interpuso ante la Comisión Estatal de los Derechos Humanos, cuyo presidente, José Luis Armendáriz, ofreció abrir una investigación, pero adelantó que las autoridades penitenciarias negaban el acceso de un visitador a la Unidad de Bajo Riesgo.

Un día antes de ser asesinado, Fernando se negó a abandonar la batalla para lavar su nombre y adelantó que daría a conocer información de la red de corrupción en los penales de Chihuahua. Causalmente, el mismo día en que fue ultimado, ocurrió un “suicidio” en una celda de la Unidad de Bajo Riesgo: el interno Marcial Solorio Romero, se colgó.

Por supuesto, al caso de Fernando Oropeza Oaxaca fue enviado al archivo. Ninguna autoridad militar ni el gobernador Duarte Jáquez ha ofrecido información relacionada con el asesinato. Vaya, no se investigó y mucho menos se procedió contra Franco García, quien se mantuvo en el cargo hasta marzo del año pasado, cuando renunció “por motivos de salud”. Fue cubierto por el manto de la impunidad desde el 1 de noviembre de 2010, cuando asumió el cargo.

El tema de Oropeza Oaxaca viene a colación a partir de esta enésima cruzada gubernamental contra el crimen organizado en Michoacán, como si en otras entidades fuera día de campo esto de la inseguridad.

Mire usted. Fernando fue un militar egresado del Colegio Militar en la década de los 70. Curado contra la corrupción, miembro de una familia con vínculos sociales y políticos del estado de Puebla, sobrino del general Luis Gutiérrez Oropeza, controvertido jefe del Estado Mayor Presidencial en el sexenio de Gustavo Díaz Ordaz, éste oriundo de San Andrés Chalchicomula, hoy Ciudad Serdán, Puebla.

Fernando Oropeza creció entre Puebla y el Distrito Federal. Finalmente en la capital del país, cuando egresó de la escuela secundaria Número 85, pretendió estudiar en la Preparatoria Popular de Tacuba, pero por disposición paternal se matriculó en el Heroico Colegio Militar y se distinguió por la rectitud y honestidad en el desempeño de sus tareas como militar y luego empleado del sector público.

Y es que, hacia finales de la década de los 80 se vio obligado a pedir su baja del Ejército Mexicano, para proteger a su familia.

Resulta que estaba acantonado en el municipio de Aguililla, Michoacán, cuando emisarios del narco lo contactaron y le ofrecieron una jugosa mesada, en dólares, para hacerse de la vista gorda. Se negó al cochupo y la respuesta fue balacear su casa en aquella localidad michoacana y la amenaza de matarlo si denunciaba las operaciones del narco. Se dio de baja y el resto de su vida la vinculó con antiguos compañeros de carrera que lo recomendaron en diversos puestos, incluso en la custodia de instalaciones de Pemex en Tabasco y hasta que llegó a Chihuahua.

Fernando Oropeza fue uno de esos miles de militares de tropa y alto rango que, ayer como hoy, se niegan a confabularse con el crimen organizado y rechazan la maiceada en dólares o el pago por dejar hacer, dejar pasar, como es vox populi en diversas localidades michoacanas, guerrerenses, oaxaqueñas, sonorenses, chihuahuenses, tamaulipecas, veracruzanas, mexiquenses, poblanas, morelenses y, en fin, ahí donde el narco y el crimen organizado han sentado sus reales.

Pero igual hay aquellos militares de muy alto rango que, impunemente, han tejido alianzas con el crimen organizado que más tarde han sido públicas; aunque en ciertos casos se usaron con fines de venganza política, ajuste de cuentas en esos espacios del poder militar asociado con el político y de los grupos que mandan regionalmente, como cada día es más evidente.

Este es tema de las crónicas foxianas, de ese surrealismo político al que nos llevó Vicente Fox Quesada en esto del combate al crimen organizado cuando, al inicio de su administración anunció la Cruzada Nacional contra el Crimen Organizado y luego, sin decir agua va, involucró a los mexicanos en una llamada Alianza Social contra la Delincuencia. ¿Y? Pasado mañana le cuento más. Conste.

sanchezlimon@gmail.com

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Edición: Fracalo

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