Efraín Bermúdez Rivera
Por: Dagoberto Márquez
Le conocí hace mucho tiempo. Era yo un estudiante preparatoriano y él un catedrático, un funcionario. Efraín formaba parte del equipo de trabajo del entonces rector Rosalío Wences Reza. La relación directa, la amistad entre nosotros vino después, mucho después, por razones vinculadas a las ideas, a nuestra posición política, a la de ambos. Efraín era un hombre de convicciones, uno no nacido en Guerrero pero que amó a esta tierra y prueba de ello es que regresó y regresó hasta quedarse. A últimas fechas contaba con un despacho y también asesoraba. Efraín gustaba de la buena música, de la fotografía como parte del arte, de la lectura y, también, de asistir a mítines, a manifestaciones, a encuentros de carácter político pues Efraín militaba y, lo cual es mejor, era congruente, absolutamente y por ello no dejaba de asistir a los eventos más importantes y representativos de la plaza cívica chilpancingueña donde se exaltaban las buenas causas, las ideas y la posición política en favor de la gente. Efraín era discreto y prudente sin embargo, Efraín no gustaba del exhibicionismo ramplón ni del protagonismo fatuo ni del contenido sólo retórico de la palabra y muchas veces asistía para constatar solamente, para dar fe, para escuchar y constatar la buena o escasa marcha de los movimientos sociales donde a veces nos saludábamos. Efraín era un buen hombre y la nota de su deceso me entristeció sobremanera. La escuché en Radio Universidad. Me refiero a Radio XE-UAG una noche de finales de noviembre al escuchar la conducción del programa noticioso de Víctor Wences, un buen amigo de ambos. Días antes había fallecido otro buen hombre, me refiero al ingeniero Apolinar Palacios, un crítico honesto que meses antes había sido intervenido quirúrgicamente.
Efraín llegó a Guerrero como resultado de la invitación de Wences Reza para trabajar en la Universidad y lo hizo por mucho tiempo aunque dicha invitación pudo haberla hecho Arquímedes Morales, otro buen universitario. Efraín fue un hombre reconocido dado que, además de ser un distinguido funcionario universitario, era un académico, un hombre con personalidad, uno egresado de las áreas de la contaduría de la UNAM pero también uno vinculado a la praxis política, al terreno del humanismo, al de las buenas ideas, al terreno de las ciencias sociales. Efraín viajó por el mundo e incluso estuvo en Europa Oriental donde aprendió más cosas, muchas cosas seguramente pues en aquella época se valoraba el tema del viaje académico tanto a la entonces Unión de Repúblicas Soviéticas Socialistas como a la también entonces República Democrática Alemana. En dicha tesitura Efraín hizo acopio de conocimientos que no todo mundo tiene al alcance. Por eso, Efraín era un hombre importante, un hombre decente, un hombre equilibrado, un hombre informado, un hombre preparado, uno que participó en las campañas políticas presidenciales en favor de los candidatos emanados de la Izquierda, uno muy estimado por Andrés Manuel López Obrador más recientemente lo cual fue bueno, visible para todos. Efraín se veía y acordaba con Andrés Manuel cada vez que Andrés Manuel venía a Guerrero. Efraín era pieza clave en el desarrollo de las ideas y en el desarrollo del movimiento social de la Izquierda aquí en la entidad y muchos lo saben.
Voy a decirlo de esta forma, no conocí a Efraín lo suficiente pero no por ello no supe quién era ni qué representaba. La diferencia de edades es parte de la explicación del caso pero hubo algo, algo importante que me permitió el contar con su amistad y su confianza: la honestidad política, la participación de mi parte en aquello que él compartía y donde él mismo participaba; me refiero a nuestra participación activa en el campo de la lucha política contra las malas prácticas. Ese fue el punto nodal que me permitió el conocerle, el conocerle de cerca. La tarde de su muerte y, dada la noticia vía la radio, ensombreció a muchos y de mi parte me uní a la tristeza de cientos aunque no haya podido expresarlo. No fui a Acapulco a la noche de su duelo ni tampoco al puerto el día en que sus cenizas fueron esparcidas en el mar aunque no por ello no supe ni respeté lo que estaba ocurriendo. Efraín padeció de cáncer durante los últimos años de su vida y no hubo cómo prolongar más su existencia. Con Efraín y con Rosalío Wences Reza se fue una parte vital de la expresión política hecha equipo de trabajo que dio prestigio a la Universidad Autónoma de Guerrero, a la expresión política que sintetizaba todo con las palabras “Universidad-Pueblo”, algo mucho muy valioso que la UAG, con sus grandes, profundos y complicados problemas contemporáneos, reivindica no obstante lo ordinario y deslucido de algunas de sus más recientes administraciones. Efraín formó parte de una de las mejores administraciones universitarias y del hecho hay muchas pruebas, muchas, aunque ahora sólo sea posible el dimensionarlas si se revisa la historia, aquella donde sobresale la posición política de la administración a la que me refiero la cual incluso fue más allá de sólo un período.
Estimado lector, Fina lectora, nada es para siempre, es cierto. Nada, ni lo bueno, ni lo malo. Sin embargo, por la razón más que obvia y porque la sociedad lo requiere, con urgencia incluso, hombres como Efraín Bermúdez Rivera deberían vivir más tiempo, mucho más tiempo dadas las condiciones sociopolíticas y socioeconómicas actuales. Hombres como él, honestos a toda prueba, no deberían irse tan pronto. Es verdad sin embargo, los destinos se cierran y se cumplen pero los de los hombres probos, los de hombres y mujeres de ese tipo, deberían prolongarse en virtud de su fecunda y lúcida existencia. En esa lógica y, gracias al Creador, existen grandes luchadores sociales que la sociedad valora y admira como lo es el caso del doctor Pablo Sandoval Cruz, el cual a sus 95 años de edad en promedio aún participa, activamente y sin reserva. El buen doctor y Efraín fueron buenos amigos, camaradas incluso, me consta. Por eso, porque la vida requiere de buenos seres humanos, la ausencia de grandes hombres se mira con tristeza, con melancolía, con ese sentimiento que, no obstante que debemos erguir por lo que ocurre, nos permite el recordarles como si aún vivieran.
Efraín Bermúdez Rivera fue un buen hombre y aunque en su camino por la vida no estuvo el ocupar la rectoría de la UAG en los años 90’s, su talla intelectual, su talla política, su calidad moral y su prosapia, hicieron de él a un hombre grande, a uno inteligente de grandes, de nobles y de valiosas ideas. A uno que se supo reponer de posibles tragedias para entregarse a la sociedad, a la buena marcha del partido en que militaba, al pueblo.
Es todo.
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