Fragmento de la continuación de
El Chapo en el Espejo
Muchas gracias a los
lectores y amigos cafeteros que me preguntan qué pasó con la continuación de
una novelita que resultó incómoda hasta para algunos militares de alta
jerarquía que ya hasta “los murieron”
La obra sigue trabada en
talleres por algunas recomendaciones del espantado editor que quiere cambios y
actualizaciones pertinentes .No comamos ansias y ahí les va el primer
capitulito, para entendedores obviamente…
(1)
Los amos Beltranes
Por más que se quería
esforzar Fabricio quien sabe qué Arellano, el barman y cocinero sinaloense
particular del Chapo Goodman que fuera reclutado por La Barbie en una discoteca
de la carretera panorámica tropical, no podía ordenar sus pensamientos ni las
confusas imágenes que su mente atolondrada por una tremenda resaca, le mandaba
a la cabeza, que además le dolía mucho por dentro punzándole los latidos en las
meninges y por fuera hasta el cuero cabelludo, donde tenía varios chichones
abiertos y moretones en la cara, como virtual sobreviviente de una despiadada
golpiza…
Hacía mucho calor en el
lugar para él desconocido donde estaba, los moscos y zancudos volaban en su
entorno igual que las enormes avispas que se paraban sobre las gotas de sudor
de su cuerpo desnudo mientras enormes cucarachas paseaban por el piso y
pequeños roedores corrían hacia costales con granos de maíz, arroz y frijoles, mientras acechaba por ahí una
serpiente en busca de comer ratones.
Dolorosamente se pudo sentar
sobre el petate mugriento de Chilapa para percatarse de que tenía moretones
como de fuetazos o latigazos en el tórax,
abdomen, la espalda, costillas, brazos y en las nalgas.¿Por qué tenía
costras como de sangre renegrida en las
manos y en los antebrazos?
Quiso incorporarse poniéndose
de pie y es entonces cuando cayó en la cuenta de que estaba encadenado de pies
y manos a una estaca profundamente clavada en el piso de tierra. Tan aturdido
estaba que no se había percatado
Lo observaban aburridos y
adormilados dos enormes canes chatos de hocico negro y pelambre cortito color
café, junto a ellos una cazuela abollada de peltre con restos hediondos de
tortillas, arroz y caldo coagulado con patas de pollo. Además una bandeja de
plástico con agua sucia y apestosa, pero la sed era la sed… pecho a tierra se
acercó para intentar beber, pero uno de los canes le gruñó amenazador…
En el tono más conciliador y
dulce que se le pudo ocurrir se dirigió a la fiera doméstica…
-Quishi
quishi, quishi, fiu,fiu,fiuuu perrito chulo… amiguito mío-Conteniendo su
miedo le extendió la mano izquierda con la palma hacia arriba, moviendo los
dedos como llamando al animal a recibir una caricia estratégica de rascadita en el pecho y el
cuello bajo el hocico, antes de las suaves palmaditas en el cráneo con la
diestra.
Fabricio, que hasta toros
bravos llegó a montar en espectáculos de narcojaripeos y rodeos, bien conocía
algo del idioma universal que los perros dominan a la perfección. No hay can
que se resista a que le rasquen la panza y el pecho mientras se le habla en
tono amable y cariñoso; les encanta lamer las manos pues entre eso y su fino
olfato es que detectan si alguien les tiene miedo o trae malas intenciones,
normalmente nunca muerden por morder ni atacan por atacar, a diferencia de los
humanos…
El can jugueteó de espaldas
mientras Fabricio lo acariciaba y entonces el segundo animal acabó de despertar
y se incorporó al agasajo, echándosele encima al encadenado procediendo a lamer
alguna de las heridas que traía el humano en el pecho y le supuraban. Vaya
instinto canino de pretender curar con su lengua donde hay lastimaduras…
La sed que Fabricio sentía era descomunal, pero su
estómago estaba demasiado revuelto, tanto que tuvo que vomitar lo último que
tenía en la víscera digestiva: un amargo líquido verdoso y ardiente con sabor a
bilis y pedazos de algo parecido a la carne de quien sabe qué cosa no bien
masticada…
Curiosamente, los perros
rascaron con sus patas y taparon la vomitada. No se animó Fabricio a beber de
esa agua puerca a la que los animales no le tenían asco y lengüeteaban
Con la mirada comenzó a
explorar el cuartucho de ramada donde estaba. Como de tres metros por tres y
medio calculó, un poco alto el techado con palapa de forma circular, las paredes de hueso de palmera que
por las hendiduras dejan correr algo de aire caliente con olor a laguna, una puertita de madera y una
ventanita con vista hacia el mar abierto. Cajas de cartón con quien sabe qué
cosas, sacos de cemento y bultos con arena, tramos de varilla y rollos de
alambre, bidones de plástico con olor a combustible de avión unos, a
gasolina y a kerosen otros, tambos de
ácido, artes de pesca colgadas de las trabes, costales de azúcar, sal, frijoles
y maíz, botellas con aceite comestible y latería, bolsas de detergentes,
jabones y cajas con galletas.
Igual descubrió latas de
aceite para motor y de refrigerante, una caja de herramientas de mecánico;
cuatro palas, dos zapapicos, dos martillos y un mazo junto a tres cinceles
enormes, dos moto sierras, justo lo que necesitaba para quitarse las cadenas de
las muñecas y los pies, pero solo había un problema: no los alcanzaba por más
que quiso estirarse, tenía que aflojar la estaca…
Casi junto a la ventanita
una hamaca de mecate plagada de hormigas arrieras, que no andaban por donde él yacía
junto a los perros por estar sobre polvo blanquecino revuelto con la tierra en
el petate. Hacia las delgadas vigas del techado
pachorrudamente se desplazaban unos seis alacranes negros de buen
tamaño, acechados por cuijas chifladoras
y un enorme gato negro de ojos verdes
Sintió ganas de orinar y
defecar, vaya problema, pero pronto descubrió en el suelo un pequeñito
montículo tapado con tierra de la que seguramente los perros con sus patas le
habían echado. Ni modo, en ese predicamento ¿quien se pone de exigente a pedir
papel higiénico?, descubrió que arrastrándose sentado sobre el piso podía más o
menos limpiarse un poco, tal cual los canes le hacen.
Al defecar se sorprendió al
sentir un enorme dolor que hasta lo mareó y le oscureció todo, tenía el esfínter
lastimado que ni que…pero no era todo, el pene igual le dolía como si le
hubieran dado un mordisco fuerte y sí, fijándose bien descubrió sangre en el
pellejo del prepucio.
Todo le daba vueltas y
estaba confuso,¿Dónde estaba y por qué además encadenado y prácticamente preso
de algún modo?.La cefalea no lo dejaba concentrarse y el calor sofocante con la
sed lo comenzaba a desesperar, siguió aflojando la estaca de que estaban
sujetas las cadenas
Igual le intrigaba tan
siquiera saber qué había sucedido desde aquel martes reciente, cuando los
choferes guaruras del Chapo Goodman lo llevaban a él y a la guapísima costeñita
masajista de la mansión en las alturas airosas y frescas hacia el puerto, para
que él resurtiera la cava de vinos y licores del patrón de patrones y ella, la
“almita negra”, como su amo le decía, se subiera en un autobús en la terminal
de salida hacia la Costa Grande, cerca de Michoacán.
Ya habían transcurrido como
tres días, pero resulta hasta donde recordaba, que ni ella se pudo ir a donde
quería, ni él logró tampoco llegar a la vinatería y menos a dejar en el puesto
de periódicos de la esquina en la Costera, cerca del Consulado, los CD’S con
las copias de varias grabaciones hechas a escondidas en la mansión del Chapo
Goodman, mientras los sicarios cargarían de combustible a la Suburban blindada
en la estación de servicio de la glorietita junto a Migración y el compraría
como de costumbre alguna revista para disimular la maniobra de entrega, a dos
cuadras del Consulado
Aquel pasado martes temprano
no habían llegado siquiera a la carretera del mágico paisaje escénico, pues
mientras descendían frente a una Universidad particular fueron abruptamente
interceptados por sicarios con armas largas que le resultaron medio conocidos,
pues creyó alguna vez haberlos mirado rodeando a los Beltranes, Marck Arthur el
Barbas, Alfred el Mochomo y Tétor “el Ingeniero”, primos, socios y parientes
sinaloenses del Chapo Goodman, el sagrado patrón de patrones que esperaba con
ansia volver a figurar en la lista de Forbes junto al empresario mexicano de
origen libanés y un magnate heredero de
la televisión…
Fabricio hacía un esfuerzo
por recordar al detalle lo sucedido antes de que perdiera el conocimiento y
después volviera en sí…su mente lo transportó al escenario cerca de un jardín
botánico en la escarpada y estrecha carreterita
Claro, en esa parte de la
carreterita es un problema cuando se topan vehículos en ambos sentidos pues la cortesía vial es cosa
del pasado, cuando se usaban carruajes tirados por caballos sobre los estrechos
puentes, ahora se decide a mentadas de
madre e intimidaciones quien debería franquear el paso
Continuará…
selvicz@hotmail.com
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