CIUDAD DE MÉXICO (www.libertadguerrero.net).- En 2002,
Luis Inacio Lula da Silva acudía por cuarta vez a la arena electoral brasileña
en busca de la presidencia, luego de tres intentos fallidos (1989, 1994 y
1998), pero esta vez sobre su cabeza no ondeaba la tradicional bandera roja del
Partido de los Trabajadores (PT), sino una blanca, en cuyo centro una pequeña
estrella carmesí de cinco puntas era la única reminiscencia de su ideario
socialista, misma que, conforme avanzó la campaña, fue cambiando de entonación,
hasta llegar a ser amarilla, verde e incluso azul.
El rostro duro del exdirigente sindical,
organizador de las huelgas obreras que llevaron al derrocamiento de la
dictadura militar brasileña en 1985, fue sustituido por una sonrisa paternal
enmarcada en su barba ahora encanecida, y con la que Lula declaró, en octubre
de 2002, durante el primer debate de los aspirantes presidenciales, que
“Lulinha no quiere pelear. Lulinha quiere paz y amor“.
Al esgrimir esta frase, luego reiterada en cada
oportunidad durante sus jornadas proselitistas, Lula da Silva archivó su pasado
como dirigente social radical, enfrentado desde siempre a los sectores
patronales e industriales, lo que intimidaba a la clase media y a la derecha
brasileñas, mientras que en sus discursos dejaron de escucharse conceptos tales
como “reforma tributaria”, “impuesto a grandes fortunas”, “democratización de
los medios de comunicación” o “reforma agraria”, con lo cual limpió de
obstáculos el camino que lo llevó a la presidencia, cargo en el que se reeligió
en 2006 y del que se despidió en 2011 con el respaldo de 78% de los ciudadanos.
Esta estrategia de marketing basada en el
concepto “amor y paz”, orientada a suavizar el discurso radical de la
izquierda, ideada por el publicista brasileño Duda Mendoça, luego fue seguida
por el exguerrillero tupamaro José Mujica (actual presidente de Uruguay), por
el exmilitar golpista Ollanta Humala (hoy mandatario del Perú) y, en la
actualidad, por Andrés Manuel López Obrador, quien el pasado 15 de noviembre
prometió fundar en México una “República amorosa”, de obtener el triunfo en las
elecciones del próximo año.
Sin embargo, subraya Walter Pomar, dirigente del
PT brasileño, “aligerar el discurso de la izquierda no es una fórmula mágica
para ganar elecciones, y el de Brasil no debe ser tomado como ejemplo por la
izquierda latinoamericana… cambiar el discurso no es garantía de triunfo, tal
como atestiguamos en la campaña de Lula para su segundo periodo de gobierno, en
2006.”
La bandera blanca de Lula
Táctica “marketera”
Vicepresidente del PT brasileño hasta 2005 y
actualmente miembro del Directorio Nacional de ese partido (órgano colegiado
integrado por 83 líderes históricos petistas), Pomar reconoce que “muchos
dirigentes políticos y muchos marketeros atribuyen la victoria electoral de
Lula, en 2002, a un giro en su discurso, a una campaña mediática específica –y
evidentemente las campañas, los discursos y los medios de comunicación tienen
importancia–, pero no fue por eso que vencimos: ganamos, fundamentalmente,
porque colapsó el gobierno neoliberal que nos antecedió y porque, desde muchos
años antes, nosotros ya aparecíamos como la alternativa electoral.”
Militante del PT desde la década de los 80 y
actual representante de ese partido ante el Foro de Sao Paolo (alianza
continental de partidos de izquierda, formada en 1990 bajo auspicios del PT),
Pomar advierte que la confianza absoluta en la fórmula brasileña del “amor” es,
de hecho, un error, ya que “hay quienes hacen una lectura simplificadora y ven
el éxito en esta campaña, motivados por un deseo inculcado por los servicios de
marketing electoral que se contratan, aunque eso no tenga que ver con una
lectura objetiva de la realidad”.
El dirigente brasileño, quien tuvo a su cargo la
relaciones internacionales del PT entre 1997 y 2005, abunda: “No estoy diciendo
que modular el discurso no tenga importancia, ya que en 2002 logramos con esa
estrategia atraer a los electores de la clase media y la burguesía que, de por
sí, estaba expulsando de sus filas el partido en el gobierno, debido a sus
políticas neoliberales”.
Sin embargo, aclara, “más que un discurso duro o
blando, lo que determina que la izquierda llegue al poder, no sólo en Brasil,
sino en todos los casos presentes en Latinoamérica, es la conformación de
alianzas políticas con sectores de centro y, algunas veces, de derecha. Este
elemento es más importante que el tono del discurso político”.
Nuevo consenso nacional
Porfirio Muñoz Ledo, cercano colaborador de
López Obrador, rememora con simpatía la plática que sostuvo en 2009 con Lula,
luego que éste visitó al entonces presidente de Estados Unidos, George W. Bush,
en la Casa Blanca, encuentro tras el cual ambos políticos se retrataron
contentos y abrazados, lo que le granjeó al entonces mandatario brasileño la
crítica de algunos sectores de la izquierda.
“Peru comu nou voy’star contentou –dice Muñoz
Ledo, intentando imitar las palabras que entonces le escuchó a Lula, con todo y
el acento–, si toda la vida he negociadu con los patrones, y Bush es el patrón
de todus los patrones… yo’stoy entrenadu para esu.”
El exembajador de México ante la Unión Europea
(durante el gobierno del panista Vicente Fox) utiliza su anécdota con el hoy
expresidente de Brasil, para ejemplificar el actual modelo político impulsado
no sólo por Lula, sino, en general, por aquellos partidos de izquierda que ha
escalado al poder en todo el mundo, y que pasa no por un simple cambio en el
discurso, subrayó, sino por la construcción de “un nuevo consenso nacional”.
A López Obrador “lo han comparado con Lula y
hasta con Ollanta Humala, porque ellos, cambiando su discurso, llegaron al
poder –dice Muñoz Ledo, al participar en el Encuentro Latinoamericano de
Gobiernos Locales de Izquierda, celebrada el pasado fin de semana–, pero no
existe tal cambio, sino que, en todo caso, lo que se está anunciado es un
proyecto incluyente“.
Con el discurso del “amor”, añade, en la
izquierda “no estamos renunciando a la Cuarta República, a nuestra formación o
a nuestra concepción de los cambios de fondo que requiere el país (…) y tampoco
se está buscando ganarse a las clases medias o empresariales”, sino que, “dado
que vivimos en un grado tal de fractura social, López Obrador reconoce que lo
que se tiene que hacer es restaurar el consenso nacional, eso fue lo que Lula
hizo en Brasil, con su principal arma, que es la negociación.”
Además, aclara, esta visión de la izquierda no
es importada de Brasil, “pues, históricamente, yo compararía a López Obrador
con François Mitterrand (presidente de Francia entre 1981 y 1995), cuyo lema en
su última campaña fue ‘Todos tranquilos’, es decir, un mensaje elaborado sobre
la idea de la serenidad, la capacidad de convocatoria y la determinación colectiva…
este es el mensaje que Andrés Manuel está proponiendo ahora”.
El camino fácil
Walter Pomar hace una pausa en la reunión
privada que sostiene con representantes del PRD y PT mexicano, en el Hotel
Sevilla Palace, de Reforma, para explicar que “en América Latina, todos los
gobiernos que se denominan de izquierda llegaron al poder, no a raíz de un
cambio en el discurso, sino por medio de alianzas políticas con sectores de
centro, de derecha y, algunas veces, con sectores sociales de la pequeña,
mediana e, incluso, gran burguesía“, alianzas que luego condicionan el accionar
del gobierno.
“Un gobierno producto de una alianza
pluriclasista, pluripartidista, y con un discurso de conciliación, no puede dar
un giro al día siguiente de tomar el poder y llevar a la práctica los cambios
de fondo que se requieren, las reformas necesarias para enfrentar la actual
crisis internacional. Entonces, ahí existe una contradicción: se opta por una
fórmula fácil para vencer, a partir de coaliciones, que luego te dificultan la
labor de gobierno; o, por el otro lado, se opta por una táctica que hace más
difícil la victoria electoral, pero que te facilitaría poner en marcha los
cambios profundos que demanda el presente, y que forman parte del ideario
izquierdista.”
–¿Las alianzas entre diversos sectores sociales,
entonces, no le convienen a la izquierda? –se inquiere al petista brasileño.
–Yo critico las alianzas que se hicieron en mi
país no porque no hayan sido útiles electoralmente, sino porque dieron como
resultado gobiernos que, programáticamente, resultaron ser muy moderados. Para
nosotros ésta es una dificultad real: gobernamos el Brasil desde hace muchos
años, pero tenemos un déficit en cuanto a cambios estructurales.
–¿Es recomentable, pues, replicar los experimientos
de marketing electoral brasileños?
–En 2002, este discurso light fue importante en
Brasil para atraer a un sector del electorado que estaba abandonando el bando
rival, pero si fuera otro el contexto, esa táctica no serviría para nadie. Eso
nos pasó en la campaña siguiente, en 2006, cuando Lula buscaba la reelección:
en la primera vuelta aplicamos básicamente el mismo discurso de la campaña
anterior, y nos fue mal, tuvimos que ir a una segunda vuelta, y entonces
nosotros adoptamos un discurso duro, de confrontación, y así nos fue muy bien,
permanecimos en el poder. Es decir que el mismo discurso moderado en voz del
mismo candidato, arrojó resultados opuestos, en dos contextos distintos… Además
–remata–, no es creíble u discurso moderado, si no hay una trayectoria que lo
haga creíble.
Fuente: Animal Político
Noviembre/22/2011
www.libertadguerrero.net
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