ATOYAC DE ÁLVAREZ
(www.libertadguerrero.net).- Atoyac es una tierra marcada por la ausencia. Su
gente supo, antes que en cualquier otra parte del país, lo que es nombrar a un
hijo, a una hermana o a un padre como “desaparecido”. En esta región —que de un
lado mira al Pacífico y del otro a la sierra—, madres, padres, esposas e hijos
saben que no hay antídoto para acostumbrarse a la incertidumbre. Y por eso hace
más de 30 años que ellos buscan a los suyos.
En estas tierras de
la Costa Grande de Guerrero comenzaron a conjugar el verbo “desaparecer”
después de ese 18 de mayo de 1967, “el día de la matanza”, como aún se le
recuerda entre los pobladores. Ese día, las balas se dirigieron a los
profesores y padres de familia que protestaban en contra de los directivos de
la Escuela “Juan Álvarez” y los caciques de la región. Murieron cinco
campesinos —aunque en Atoyac se dice que fueron siete u ocho— y 25 quedaron
heridos.
Atoyac no volvió a
ser el mismo. Ese día, el profesor Lucio Cabañas decidió internarse en la
sierra e inaugurar su movimiento armado en contra del gobierno. Después de ese
18 de mayo de 1967 comenzaron las desapariciones.
En todo el país hay
un registro de 810 desaparecidos por motivos políticos durante las décadas de
los 60 y 70, de acuerdo con datos de la Asociación de Familiares de Detenidos
Desaparecidos y Víctimas de Violación de Derechos Humanos (Afadem).
En Guerrero fueron
casi 650 desaparecidos. En Atoyac, la mayoría: 450.
Juan Fierro García,
El Pinillo, fue el primero. No se supo nada de este maestro “gordito y chaparrito”
meses después de la matanza, recuerda Decidor Silva, El Negri, hombre que formó
parte del Club de Jóvenes Democráticos de Atoyac. Siguieron muchos más:
campesinos, profesores, estudiantes...
La ola de
desapariciones se extendió, en especial durante 1974. Ese año, los militares
encontraron y mataron a Lucio Cabañas. Rancherías completas de la sierra de
Atoyac se quedaron sin hombres y sin varias mujeres.
El cuartel de la
tortura
Atoyac tiene su
propia ciudad. Es La Ciudad de los Servicios. Se le bautizó así porque el lugar
alberga a varias oficinas municipales, un auditorio, la sede de la policía
municipal, un comedor comunitario y una casa hogar de paredes despintadas que
acentúan el abandono del sitio. Esta ciudad tiene un pasado negro. En los años
70 funcionó como cuartel militar. Ahí llevaron a muchos de los detenidos, hoy
desaparecidos.
A la entrada de La
Ciudad de los Servicios hay tres pequeños cuartos que funcionan como oficina de
la Afadem. La lista de los más de 600 nombres de desaparecidos de Guerrero,
impresos en dos mantas, da la bienvenida a quien entra a esta oficina, en donde
también se guardan, pegadas en largos rollos de cartón, las fotografías en
blanco y negro de los campesinos, maestros y estudiantes que marcaron con su
ausencia esta calurosa región del país. Las imágenes muestran, sobre todo,
rostros de jóvenes, gente que tenía entre 20 y 40 años.
Desde el 31 de
octubre hasta el 12 de noviembre, las sillas de Afadem no alcanzaron para todos
los visitantes. Hombres y mujeres de piel morena y mirada firme llegaron porque
se enteraron de que durante esos días se realizarían excavaciones en los
terrenos libres que aún quedan alrededor de La Ciudad de los Servicios, para
buscar los restos de Rosendo Radilla Pacheco. A él lo detuvieron el 25 de
agosto de 1974 en un retén militar. Desde entonces lo busca su familia.
Andrea Radilla murió
sin poder encontrar los restos de su padre. Su hermana Tita Radilla continuó la
búsqueda. Ella es uno de los pilares de la Afadem. Ella decidió denunciar al
Estado mexicano ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos por la desaparición
forzada de su padre.
El caso llegó hasta
la Corte Interamericana de Derechos Humanos, cuyos jueces dictaron la primera
sentencia para México por una desaparición forzada. Eso fue el 23 de noviembre
de 2009. Tras casi dos años “realmente no ha habido grandes avances” para
cumplir la sentencia, lamenta Tita.
Como parte de la
sentencia, el Estado mexicano está obligado a investigar y buscar los restos de
Rosendo Radilla. “De las investigaciones, que es un tema que a nosotros nos
importa mucho, no hay nada”, dice Tita. Para cumplir con su obligación de
búsqueda de los restos, se realizaron las excavaciones. En 2010 fueron las
primeras. Se hicieron en los terrenos que sirvieron como campo de tiro del ex
cuartel militar.
El pasado viernes 12
de noviembre terminó el segundo periodo de excavaciones. No hubo nada. “Sólo
excavan donde nosotros les decimos que pudiera existir algo, pero nosotros no
sabemos dónde los llevaron. Los militares son los que saben. Que a ellos les
pregunten dónde los llevaron”, dice María Argüello, pequeña y delgada, como las
mujeres de la sierra de Guerrero. Cuando habla su rostro no puede disimular el
enojo. Ella busca a dos personas: su padre Francisco Argüello y a quien fue su
pareja, Prisciliano Medina Mojica.
María es una de las
decenas de personas que llegaron a las oficinas de Afadem durante los días de
las excavaciones. Como los demás, sospecha que en estas tierras que hoy se
conoce como La Ciudad de los Servicios puede existir una fosa común. Y en ella
pueden estar los restos de Rosendo, Francisco, Félix, Prisciliano, Antonio,
Florentino, Justino o cualquiera de los tantos desaparecidos de Atoyac; alguno
de los ausentes de Guerrero.
“Siempre conocemos
nuevos casos. Llega gente a ver si tenemos a su familiar registrado”, dice
Julio Mata, de Afadem. Esta asociación comenzó a trabajar formalmente en 1978.
Desde entonces exigen conocer el paradero de cada uno de ellos y la
investigación de lo que sucedió en esos años, además de juicio a los
responsables de las desapariciones forzadas.
“Que digan qué pasó”
Cuando el ex
presidente de Vicente Fox creó la Fiscalía Especial de Movimientos Sociales y
Políticos del Pasado (Femospp), los familiares creyeron que muchas de sus
preguntas tendrían respuesta y decidieron dar su testimonio, participar en la
integración de expedientes, presentar denuncias, dar muestras para el ADN. La
Fiscalía cerró y ellos continúan con sus preguntas sin respuestas.
Por falta de
recursos, explica Julio Mata, la Afadem sólo ha logrado presentar denuncias penales
de poco más de 200 casos. La asociación sigue reuniendo datos, testimonios,
cualquier pista que ayude a los familiares a terminar de armar el rompecabezas
y saber qué pasó con sus desaparecidos.
Tita Radilla sabe que
las piezas que aún faltan para cerrar el rompecabezas de lo que se conoce como
la Guerra Sucia la tienen los militares y civiles que participaron en las
detenciones y desapariciones. “Sabemos que hay responsables que están vivos. Y
de alguna manera, el Estado tendría que obligarlos a que digan qué pasó con
nuestros familiares. Yo creo que el Ejecutivo federal tiene esa capacidad, él
puede ordenar al Ejército que diga qué ocurrió y dónde dejaron a nuestros
familiares. Eso debería de hacerse, no sólo para saldar esta deuda que tienen
con los familiares, sino también para que las familias tengan paz y
tranquilidad, que es lo que se necesita. Pero no hay voluntad política del
Estado mexicano para que esta deuda sea saldada”, afirma.
Christian Bello
Fierro nació cuando la desaparición de personas había dejado surcos profundos
en Atoyac. Tiene 25 años. Desde niño escuchó a su abuela Felipa llorar por la
ausencia de su hijo Félix y recuerda cómo su madre le decía que mejor ya no
preguntara, que esas cosas eran muy tristes.
Sin embargo,
Christian preguntó, buscó libros para saber cómo fue esa Guerra en el paraíso,
como la llamó Carlos Montemayor.
Igualmente hicieron
otros muchachos de Atoyac, patinadores y grafiteros que decidieron crearon la
Fundación Lucio Vive. Ellos no quieren sepultar en el pasado lo que vivió su
tierra. Porque ellos también fueron marcados por la ausencia.
Por Claudia Gómez
Noviembre/21/2011
www.libertadguerrero.net
____________________________________________________
Visita nuestra página oficial



0 comments :
Publicar un comentario
Por favor, ingresa tu correo electrónico para poder contactarte posteriormente... Gracias por visitarnos.