TOQUE DE QUEDA
Armando Escobar
Zavala
Pese a la presencia de las fuerzas federales, el panorama en
Acapulco es el de una ciudad fantasma. De la polis alegre que era, la vida nocturna ya no existe. Donde los
fines de semana llegaban miles de jóvenes a bailar a los antros, no queda nada,
porque el temor se ha apoderado de todos. Encontrarse con un retén de policías,
que debiera dar tranquilidad, también alarma.
Por la creciente ola de violencia, el turismo nacional y toda la
actividad económica ha registrado una decaída. ¿Cómo hablar bien de Acapulco?
Al caer la noche, la gente deja vacía la ciudad, todos
apresuradamente se dirigen a guardarse a sus casas. Sin que ninguna autoridad
lo indique, el hogar y la familia es para resguardarse de la violencia, atrás
quedó el Acapulco que diera fama internacional a este lugar de playa, discos,
bares y restaurantes. Conforme avanza la noche, la escena es la misma, todo
está cerrado. Es la ciudad desolada que nadie imaginó. Prácticamente vivimos en
toque de queda, dictado por los acapulqueños ante la incapacidad de las fuerzas
del orden para combatir la delincuencia organizada. El hecho es mas intuitivo
que analítico. Es el reconocimiento manifiesto de que Acapulco está ocupado por
la delincuencia.
Nadie cree que este centro turístico está blindado o que las
autoridades no bajan la guardia ante la delincuencia, retórica que no solo es
burda ante esta realidad, sino irresponsable.
Un toque de queda es una medida gubernativa, para circunstancias
excepcionales, que prohíbe el transito o permanencia en las calles en algunas
ciudades o estados, en determinadas horas, generalmente nocturnas por el riesgo
que ello implica. Ante el vacío de
autoridad y las circunstancias excepcionales en que vivimos, los acapulqueños
nos hemos dictado este toque de queda para proteger nuestras vidas, familia y
patrimonio, que debieran proteger el Estado.
¿Si el Estado falla en esta y otras materias, para que sirve el
Estado?
Pese al esquema de corresponsabilidades, el gobierno no ha hecho efectiva
la seguridad a la que tenemos derecho para vivir con libertad, con
tranquilidad, y sin miedo. Cuando vemos que
un sujeto dispara su arma a quemarropa contra un ciudadano en plena vía pública;
cuando vemos que varios sujetos despojan y privan de la libertad a cualquiera
de nosotros. Cuando vemos que a señoras, cuando acuden a las escuelas por sus
hijos, se les despoja de sus unidades automotrices; o cuando vemos que a plena
luz del día entran a una casa, escuela o negocio para asaltarlo, nos ponemos a
reflexionar en lo que se ha convertido nuestra ciudad y hasta donde va a
llegar.
El toque de
queda, no admitido por autoridad alguna, es
vigente en la vida universitaria, modificando horarios para que el estudiante
no arriesgue la vida después de las 8 de la noche; en los centros de trabajo,
permitiendo a los empleados salir antes de las 9 de la noche y en el transporte
público, que ha reducido el servicio nocturno. Acapulco es territorio de la
delincuencia.
Antes, el temor
era por perder las pertenencias, decíamos que
la vida era lo más valioso, pero al parecer ahora no tiene mucho valor cuando
te la quitan tan fácilmente, por oponer resistencia o hasta por no traer
suficiente dinero para entregar a cambio de no ser agredido.
La gente ya no
se espanta cuando escucha del hallazgo de una
fosa clandestina con varios cuerpos, o cuando se entera que algún conocido fue
secuestrado para, finalmente, ser asesinado, o cuando mira que de un puente
peatonal cuelgan sujetos con cartulinas que advierten la próxima ejecución. Los
hechos violentos ya no son en lugares lejanos, ocurren en la casa de al lado o
en nuestra puerta.
Ese vacío que dejó el Estado por incapacidad o complicidad, fue llenado
por la delincuencia, golpeando el corazón de nuestro sistema de procuración de
justicia. Por ello, no nos atrevemos a denunciar, porque en este frente de
guerra las denuncias y los soplos se
cancelan con la muerte. Por eso es justificable, ante la amenaza de extorsión
(una de las manifestaciones de la crisis del Estado de Derecho), que los
maestros tomen la decisión de no presentarse a sus centros de trabajo. El hecho
no solo es una protesta, sino una medida cautelar de sobrevivencia y sentido
común ante la inseguridad.
Pero para el esquema maniqueo del gobierno de virtuosos y malvados, no
existe cabida para argumentos, reservas o terceras posiciones. En una guerra,
se está o no se está, dicen. La sociedad no quiere estar. Quiere tranquilidad y
reglas mínimas de convivencia y a eso tiene derecho.
No es con cámaras, líneas
telefónicas, mas militares o botones de pánico como se va a recuperar a
Acapulco. El espejo de otras ciudades como Monterrey lo confirman. La violencia
de la delincuencia ha reducido al Estado en el monopolio de la fuerza. El
centinela o salvaguarda de la constitución, como se le denominaba en otro
tiempo, se ha enredado en su discurso y sus vicios. No es así como vamos a
resolver esto, sino con el fortalecimiento de las instituciones, saneadas de
aquellos que hoy exigen dinero al ciudadano a cambio de realizar trámites de
carácter gratuito, saneadas del enriquecimiento brutal de nuestra clase
política y de cuerpos policiacos acostumbrados a asaltar al ciudadano y
coludirse con la delincuencia.
“Si se quiere que una república viva largo
tiempo, es necesario retraerla a sus principios”, señalaba Maquiavelo. “Tienen
más larga vida las repúblicas que mediante sus instituciones se pueden
renovar”, agrega. Este es el tema central de la gobernanza, recobrar la
primitiva reputación del Estado por su eficacia, calidad y buena orientación.
No es con rollos o convocatorias huecas de unidad como vamos a resolver el
reclamo social por la seguridad, sino tomando con más seriedad la
responsabilidad constitucional de gobernar y con medidas que, desde ahora, la
autoridad esté dispuesta a cumplir.
aresza2@hotmail.com
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