Globalización y Medios
Por Rodrigo Huerta Pegueros*
Una vez más se comprueba que las noticias que se difunden a nivel mundial no tienen mucha vida en este mundo tan compulsivo y comunicado en que vivimos actualmente.
Hace unos años las noticias principales o de ocho columnas en los diarios impresos, tardaban más de 15 días en ser sustituidas por otras de mayor o igual relevancia.
Hoy, cuando bien nos va, las informaciones que recibimos tiene una permanencia en los principales titulares de los medios de comunicación—radio-televisión o prensa—de no más de tres a cinco días, como han sido los eventos recientes que nos ha tocado atestiguar.
Solo para recordar, hace unas semanas nos amanecimos con la trasmisión en directo y a todo color de la boda real británica, para pasar en unos días más a lo que fue la beatificación del papa Juan Pablo II, e inmediatamente después se divulgó el asesinato contra Osama Bin Laden, líder de la red terrorista Al Qaeda.
Y estas tres informaciones que mencionamos ponían fin a la tragedia que se vivió semanas antes en Japón con el terremoto y tsunami que los dejó devastados y que puso al mundo a recordar cuál frágil somos, lo indefenso que estamos ante la furia de los embates de la naturaleza y la inseguridad de que somos víctimas frente a las plantas nucleares que se han levantado en diversas regiones del planeta.
Primero vivimos la tragedia de Chernóbil en la ex Unión Soviética y hace unas semanas nos aterramos con la amenaza que constituyeron las plantas nucleares en Fukushima, Japón.
Si bien es cierto que en todo el mundo las cosas no van bien y que en todas las naciones y principales ciudades existen serios problemas para atender las demandas sociales, las cosas se complican más cuando la lupa de los medios de comunicación se acercan a regiones o localidades de estos países en vías de desarrollo o los llamados del primer mundo y estas se desfasan cuando vemos lo que ocurre en las microrregiones.
Las problemas que se discuten a nivel mundial como los efectos invernadero, la cada vez mayor falta de agua potable, la alteración de los sistemas climáticos, la promoción de las guerras en distintos continentes y la proliferación de emisiones dañinas al ozono, así como la desaparición de especies naturales y animales, la destrucción de la fauna marina y la explotación desmedidas de los recursos fósiles y minerales, se perciben como cosas secundarias frente a los esfuerzos que deben hacer miles de millones de personas para poder sobrevivir, o sea, para poder pasar el día, tener cómo enfrentar el mañana y obtener los mínimos necesarios para existir.
A las personas que están en situaciones difíciles de subsistencia les importa poco o menos que nada que la capa de ozono se vea dañada por los países industrializados; lo mismo le da que la realeza británica haya celebrado la boda del hijo de la princesa de Gales quien murió hace más de una década en Francia o que al Papa Juan Pablo II haya sido convertido en beato y después sea nombrado santo.
Tampoco les importa que los norteamericanos hayan dado muerte en Paquistán al líder de la red terrorista de Al Qaeda, Osama Bin Laden y que esto haya provocado dentro de los mismos Estados Unidos un cambio de actitud hacia su presidente Barack Obama a quien se le asegura desde ahora su reelección.
Tampoco les quita el sueño que los japoneses al fin hayan logrado frenar la amenaza nuclear latente o que en Libia su líder Gadafi haya sufrido la pérdida de su hijo y sea sujeto su país de bombardeos para obligarlo admitir. O lo que pasa en Siria en donde se está reprimiendo a los ciudadanos en forma criminal por demandar libertad y un estado democrático.
En este mundo global e interconectado las cosas que ocurren a cada minuto las conocemos al instante y por ello no tenemos el suficiente tiempo para la reflexión sobre las cosas que más nos q incumben. Estamos tan involucrados en problemas que se registran fuera de nuestras fronteras que le damos poca importancia a lo que nos pasa en nuestro entorno cercano.
Y cuando las cosas que aquí suceden son objeto de un manoseo descomunal por parte de los medios de comunicación, lo único que ocurre es que el ciudadano se vea aún mas dañado en sus percepciones, estado emocional y afectivo y en consecuencia responda a las situaciones que se le presentan con una violencia descomunal.
Si no están de acuerdo con esta visión, solo tenemos que echarle un ojo a los medios impresos o a los electrónicos y verán que por todos lados la inconformidad verbal o física están en primer término.
Los sociólogos no dan crédito a lo que ven y cómo han surgido estos cambios de actitud de las sociedades y las personas. Los psicólogos tienen ahora que darse a la tarea de dilucidar cómo atender las nuevas actitudes asumidas por las gentes. Los psiquiatras por su parte tienen que reconocer que los problemas de disfuncionalidad de las sociedades son tan complejos que no le encuentran cuadratura al círculo para recomendar que hacer para que este mundo sea no solo mejor habitado sino de inmejorable convivencia.
No podemos evitar pensar si antes las personas vivían mejor aún y sin los adelantos tecnológicos con los que hoy contamos o si estos adelantos han sido la causa de que vivamos en estas difíciles situaciones.
O quizá debamos pensar si la globalización nos ha afectado en lo individual o como sociedad o si los medios de comunicación han abusado de su presencia o no han sabido hacer de su profesión una herramienta para forjar una sociedad más entendida, cordial, propositiva y afectiva, en lugar de ser promotores de desencuentros, alentar divisiones y odios raciales o hacer más visibles las desigualdades sociales y las divergencias en cuestiones de credo, raza o estatus social.
No es menor el hecho de reflexionar sobre estas cuestiones y reconocer que muchas veces las informaciones o noticias que tenemos frente a nosotros nos son ajenas y lejanas y no tenemos porqué hacerlas nuestras y en cambio deberíamos reconocer los hechos que se manifiestan a nuestro alrededor y participar activamente en su solución sin tener, forzosamente, que actuar violentamente para ser escuchados o atendidos por quienes tienen el deber y la responsabilidad de poner las cosas en su lugar (gobiernos y gobernantes).
La democracia participativa es quizá una de las fórmulas idóneas para lograr las metas, pero estas—las metas—deben ser claramente expuestas y su hoja de ruta debidamente diseñada para que no tengan ni confusión ni desvíos en el trabajo colectivo que debe desarrollarse.
Reflexionar no cuesta nada. Exponer lo que pensamos, tampoco. Esperemos que en conjunto podamos construir el mundo que deseamos y no seguir viviendo en este mundo real pero indeseado.
Periodista y Analista Político*
observar@gmail.com
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